Si algo tiene David Harbour es que cae bien. Esa cualidad fue posible descubrirla en Stranger Things con su personaje de Jim Hopper. Y es que si nos remontamos a películas como The Equalizer (2014) o Sleepless (2017), el actor es desaprovechado como un policía corrupto de poca monta que termina por ser más apático que atractivo para el público. Pero ese bagaje de tipo perteneciente al bando podrido es aprovechado por él para moldear su Santa Claus en Noche sin paz.
No se trata del típico Papá Noel envejecido, enternecedor y bonachón que puede asociarse a Tim Allen en The Santa Clause (1994), Richard Attenborough en Miracle on 34th Street (1994) o John Goodman en The Year Without a Santa Claus (2006). Por el contrario, dado que así se lo demanda el guion, Harbour construye un Santa Claus violento pero simpático que fusiona la mitología nórdica, el desparpajo etílico de Homero Simpson, la acción de Bruce Willis y el aparente desencanto de los policías corruptos que interpretó en el pasado.
La violencia que toma posesión de su persona no nace de la nada. Se ve forzado a hacer uso de ella para salvar la navidad y a una familia en peligro de muerte a manos de un Scrooge sin escrúpulos, fuera de sus cabales y capaz de matar a quien sea. Este enemigo del espíritu navideño y amante de la ambición es interpretado por John Leguizamo, quien se desenvuelve más como el líder de una pandilla del Bronx que como el clásico anciano egoísta escrito por Charles Dickens.
Sin embargo, aunque se vea obligado a emplearla, Santa Claus tiene cierta fascinación por la violencia. Para ello se justifica en sus memorias, mismas que son mostradas de manera esporádica, aunque muy presentes con la aparición de un enorme mazo o martillo que se liga al origen vikingo que se le adjudica en la historia.
Para quienes poseen personalidad grinch o no son tan afectos a la parafernalia y emotividad que envuelve a la época navideña, Noche sin paz es una opción de entretenimiento que se agradece por irrumpir en la cursilería que distingue a muchas películas sobre esta temática. No obstante, el discurso final se mantiene en esa tradición cinematográfica estadounidense de brindar un mensaje esperanzador con filmes de historias decembrinas.
Los huecos e infortunios que puede tener la película por algunos lapsos, mismos que parecen forzados para introducir humor, pasan de largo gracias a David Harbour. Con su simpatía e irreverencia hacia ese disfraz inmaculado de Santa Claus, sobre todo en la secuencia que en la cual muestra su lado asesino contra un comando, hace ameno el contenido. Vaya, es una buena alternativa dominguera para disfrutar las palomitas.