Toda vez que termina la película dan ganas de tomar al hijo o sobrino pequeño y llevarlo al bosque con toda intención de que contemple los árboles, escuche el trino de las aves, sienta el viento y se recueste sobre el pasto. O en caso de ser adulto con ausencia de infantes en casa, surge la inquietud por planear un viaje inmediato a un destino turístico donde haya ríos y contacto directo con la naturaleza sin tener que afectarla.

 

Este trabajo de Paz Encina lleva como título el nombre de su personaje principal, una niña que nos invita a vivir junto con ella su último recorrido por su hogar: la selva tropical del Chaco. EAMI tiene que irse de ese lugar no porque quiera sino porque su pueblo ha sido destruido, deforestado por la ambición del hombre moderno. Irse por la fuerza del lugar que se ama es una tragedia.

 

Con idioma ayoreo, perteneciente del grupo étnico de mismo nombre, mediante voz en off, EAMI guía al espectador en ese viaje de despedida a través de una entrañable experiencia sensorial conducida por una narrativa apegada al realismo mágico. El canto de los pájaros, el correr del agua, el sonido de la noche y el agradable ruido del aire se compaginan con los colores que arroja una región selvática que nos hace sentir como si fuera nuestra. 

Lo hace acompañada de un lagarto, o viejo sabio de su pueblo, quien le comenta a ella que recuerde bien todo lo que sus ojos registren porque nunca volverá a ese sitio. ¡Nos lo dice también al público! Para comprender la fuerza de esas palabras, Encina arroja imágenes potentes que funcionan como lenguaje universal de nuestros tiempos para entender aún más el trajín de EAMI: gente armada para desplazar a habitantes de su comunidad y convertir esa zona en un espacio para sus intereses.

De alguna u otra manera, lo que experimenta esta pequeña es algo que muchas poblaciones del mundo han vivido pero con la diferencia de no saber que iba a ser su última vez. Por ejemplo, en México, las comunidades indígenas que han sido expulsadas de sus territorios a punta de bala por el crimen organizado. 

EAMI nos golpea con ternura en la cara para valorar la naturaleza que el ser humano se empeña en acabar y a la que no sabemos si generaciones venideras alcanzarán a conocer. No menos importante es la concesión a reflexionar sobre la ley de la selva, ese funcionamiento social ausente de ley que hoy día se impone con plomo y billetazos.