Se registra una tormenta en Asunción, Paraguay. La directora Paz Encina pregunta si no hay inconveniente con el ruido de los truenos y la lluvia. “Para nada”, se le responde. Por el contrario, esa atmósfera y sonidos acompañan bien la conversación para hablar de EAMI, película de la cineasta que compite por el Tiger Award en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam. 

Esos sonidos que se escuchan desde su casa son una extensión de los que registra en su película. Y es que el aspecto sonoro es primordial en su narrativa para sentir la historia que nos cuenta. Forman parte de la experiencia que vive una menor en su último recorrido del lugar que ha habitado desde su nacimiento, un lugar del que se tiene que ir porque los miembros de su comunidad están siendo desplazados. Se trata de la selva tropical del Chaco.

Un lagarto, o viejo sabio de su pueblo, le advierte a esa niña que recuerde bien lo que sus ojos registren porque nunca volverá a ese sitio. Ella igualmente se dedica a absorber todos los sonidos que dimensiona en su trayecto porque próximamente en su destino serán añejos. Empieza a acumular de forma bella y trágica lo que en un futuro será nostalgia. 

En el marco de la plática con Paz Encina, la cineasta abre el corazón y comparte su alma para comprender el sentimiento que le imprime a esta historia de amor que, como todo amor, también duele. Lo hace envuelta por esa tormenta que cae en Asunción, su hogar. De forma colateral nos recuerda que el cine va más allá de ser entretenimiento.

 

¿Cómo surge la idea para hacer esta película? Transmites en EAMI el amor por el lugar, el amor por la historia que estás contando, el dolor de lo que está sucediendo y una voz de protesta ante esta situación.

Después de hacer Ejercicios de memoria, que fue una experiencia dolorosa, quería hacer una historia de amor y de felicidad. Dentro de mi cabeza quería una trama sobre un chico que conoce a una chica, algo convencional. Pero un amigo me invitó a la comunidad de los totos, una comunidad que yo ya conocía, y ahí me di cuenta que ellos tenían una urgencia de contar lo que les estaba pasando con su territorio.

Aquí debo decir que nací en 1971 en el seno de una familia paraguaya opositora a la dictadura. Mi padre estuvo dos veces exiliado, varias veces preso. Y estos temas del exilio, la diáspora y la pérdida ya los venía trabajando… Cuando ellos me cuentan que tienen que salir de su territorio, que deben sufrir un exilio, me tocaron el corazón.

Con mi intención de contar una historia de amor, les pregunté qué era para ellos el amor. Me respondieron lo siguiente: “El amor es esto que estamos haciendo ahora contigo. Es estar juntos”. Ahí entendí que esto (la película) era lo que tenía que hacer, era estar con ellos. Esta era mi historia de amor.

Ahora que mencionas este aspecto de tu papá con relación al exilio, te quiero preguntar si la voz en off del lagarto (uno de tus personajes) de alguna u otra manera es tu padre. 

¡Qué cosa que me digas esto! En el lapso de esta película, que fue de seis años, pierdo a mi padre. Nunca pensé que el lagarto pueda ser mi papá. Quizá lo sea, quizá sea… No sé, siempre pensé que esta niña estaba sola y que no debería estar sola. Era lo que yo sentía. 

Yo soy cristiana, puedo creer en el espíritu santo, pero puedo creer en cualquier cosa. Para mí no era tan difícil llegar a ese punto de abstracción de que una cosa puede ser otra. No pensé si podía ser mi padre. Lo que me preocupaba es que esa niña (EAMI) estuviera sola… 

Es fuertísimo lo que me acabas de decir. Voy a ponerme a revisar eso porque perdí a mi papá en el proceso de esta película. Y quizás sea él, pero no lo sé. Pensé solamente en que esa niña no debía estar sola.

Al terminar de ver tu película dan ganas de cargar al hijo o al sobrino y llevarlo a un parque o bosque para que abrace a los árboles, sienta el pasto, escuche el viento. Para quienes somos adultos, hoy valoramos con melancolía aquellos espacios verdes que dejaron de existir para convertirse en construcciones.

Los paisajes de la película son fragmentos. Ya eran pedazos cuando los filmamos, pero nos encargamos de filmarlos como si fueran paisajes. Hay un momento hermoso donde un niño va a la laguna y toma agua. Bueno, ese era el último fragmento de monte que quedaba en una picada. Casi todo lo que encontramos eran pedazos de paisaje. Quiero hacer una edición con esos paisajes en 3D porque pienso que el espacio fílmico ya va a ser el único espacio que quede de ese hábitat.

Hay un lenguaje universal de nuestros tiempos que tristemente se ve cada vez más en el mundo, me refiero a los hombres armados para desplazar a la gente. En México lo hemos visto con el crimen organizado y las comunidades rurales. En EAMI es con una comunidad indígena. Es otra crueldad sobre la crueldad. 

El hombre armado está reemplazando el paisaje de lo que antes era cotidiano. Cada vez vemos más normal que mataron a alguien, ver que hirieron, que asaltaron. Por supuesto que tenemos miedo de que algo nos pase en ese tenor. Sabemos que es algo que está rondando todo el tiempo y vivimos con relación a eso. Uno entra a su casa a toda velocidad, cada vez hay una seguridad distinta a la que se tenía hace 10 años. Por ejemplo, con cámaras, con alarmas. Tengo miedo. Y no soy indígena.

Ellos, los indígenas, están en una situación todavía más vulnerable. Vulnerable no solamente de seguridad sino también de alimentos. Tienen una forma de vida que no podemos comprender por culpa de nuestra ignorancia y sufren mucho. Además los quieren mover a una ciudad distinta de la que no quieren saber nada. Ellos tienen una forma de vivir, de relacionarse y quieren preservar eso.

¿Por qué tomaste la decisión de que se hablara en ayoreo?

Porque hablan muy poco en español entre ellos. De haber hecho la película en español hubiera sido una de las peores colonizaciones. Nunca me planteé que pudiera ser en otra lengua que no fuera el ayoreo. También los sonidos tenían una relación con eso porque es una lengua antigua y los sonidos prácticamente son antiguos. Sentir el sonido que desprende un oso hormiguero, por ejemplo, no es un sonido que se pueda sentir tan fácilmente en la actualidad. 

Hay una imagen poderosa y metafórica. Es cuando vemos que le entregan una playera a una mujer desnuda perteneciente a la comunidad. Ella se niega a usarla, la regresa. Es fuerte esa imagen.

Es muy fuerte. Cuando me contaban sobre su primer contacto con lo que ellos llaman “coñones”, que traducido son los insensibles, les pasaron cosas muy fuertes. En primer lugar, la violencia. Eso lo vi en fotos que no me dejaron usar, pero donde se ve que estaban desnudos en el primer contacto con quienes los desplazan y a los tres días ya estaban vestidos. Fue fuertísimo.

También debieron comer otra comida, tenían que hacer cosas ajenas a sus costumbres, a su estilo de vida. Aquí viene algo más fuerte: ellos ven como lícito el suicidio, así que mujeres y hombres se dejaban morir. No comían, preferían dejarse morir. No querían vivir de esa manera. 

Además los hacen trabajar en cosas que atentan contra su libertad, en lugares con cercos. Eso es muy cruel.

Después de ver la película terminada, ¿qué te dice el personaje de EAMI?

Sentí que me decía “aquí estoy, todavía hay esperanzas”.