En cada calle de la Ciudad de México puede apreciarse el característico y deficiente cableado eléctrico caído o amontonado. Encimados unos de otros o colgados sobre lo que sea, los cables maltrechos forman parte del panorama visual capitalino. Amarrados incluso con mecates como solución para evitar tragedias, pero siempre están ahí para recordarnos que son dignos representantes de la urbe del caos. ¿Acaso puede llegar a suceder algo hermoso entre esa maraña de hilos que con solo verlos producen estrés? Contra todos los pronósticos, la respuesta es que sí.

Eso es gracias al oficio y sensibilidad de Eugenio Polgovsky por prestar atención al nido que una paloma construyó encima del cableado eléctrico que da hacia la ventana de su vivienda. Allí, en uno de los espacios menos imaginables y más horrendos de la ciudad, entiéndase el cableado, Polgovsky encontró una bella historia por contar, mejor dicho, dos bellas historias en una misma. 

 

Acompañado de su pequeña hija, desde el interior de su hogar, el director se dedica a filmar el cuidado que da la paloma a su nido y a los huevos depositados en él hasta que culmine la eclosión. Al mismo tiempo nos comparte la interacción que tiene durante este proceso con su nena, una pequeña con muchas inquietudes sobre la vida. Por ejemplo, le pregunta con curiosidad qué es más rico entre la cerveza y el vino. 

Ese tacto sensible llevado al plano cinematográfico también involucra a Mara Polgovsky, hermana del cineasta. Ella rescató ese trabajo tras el fallecimiento de su hermano en 2017 y se encargó del montaje final. La edición de Mara es una extensión del poema realizado por Eugenio. Vemos los hilos de cables, pero además vemos hilos de imágenes combinados con sonidos que nos conectan con todo aquello que acontece fuera de la ventana, así como al interior del departamento con la relación entre padre e hija. Se trata de una conexión sensorial y emocional.

¿Visionario? Puede ser. Y es que el director tomó su cámara para contar esta trama antes de la pandemia. Sin querer, se anticipó a la cotidianidad que ha delineado la presencia del coronavirus en nuestras vidas y nos ha obligado al encierro por tiempo prolongado. Pero lo hizo enfocándose en apreciar la belleza de lo que se tiene al alcance, que en este caso es la convivencia con su pequeña y la magia de la naturaleza mediante una paloma responsable con su nido.

Malintzin 17 es además una especie de medicina para encontrar calma en una ciudad tan caótica como Ciudad de México, la urbe que no sabe estar quieta. A veces basta con observar a nuestro alrededor del espacio físico que habitamos para descubrirla.