Vivimos un periodo complicado para ser cinéfilo. En México, por ejemplo, la mayoría de películas que llegan a cadenas comerciales suelen ser contenidos explicativos de inicio a fin, es decir, productos digeribles que explican todo para que el espectador salga de la sala sin tener que cuestionarse nada de lo que ha visto. A eso se suma el cine de superhéroes, que es un servicio a la carta hecho a la medida de lo que piden los fanáticos (fan service) sin importar que la trama sea repetitiva con distintos personajes. Sí, consecuencia de la agenda establecida por las exhibidoras para generar taquilla.
En ese tenor resulta inevitable preguntarse cómo reaccionaría dicho público a una película como Neptune Frost. Y es que al terminar de verla, te deja en un trance de cuestionamientos variados que se derivan de una narrativa que se sale de los convencionalismos a los cuales se nos ha acostumbrado. No es formal, ni muy concreta.
De primera impresión, este trabajo de Anisia Uzeyman y Saul Williams resulta agradable por tratarse de una obra poética que apuesta por la inventiva de un lenguaje particular para poner sobre la mesa temas como el uso que le damos a la tecnología, la explotación de los recursos naturales y la fijación que tiene el humano con el futuro.
Música, ciencia ficción, estética afrofuturista y atmósfera cibernética ambientan esta historia que ocurre en Ruanda. Vemos a una zona de desechos electrónicos oculta donde piratas informáticos luchan contra el autoritarismo que busca acabar con los recursos naturales de ese país. En este entramado conocemos a dos seres que tendrán una conexión especial: Neptune (un fugitivo intersexual) y un minero que guarda el luto por la muerte de su hermano; ambos unirán fuerzas para la resistencia.
La propuesta de Uzeyman y Williams es osada, arriesgada. Apuntan hacia un universo onírico que coloca al espectador en la encrucijada de no saber si se encuentra en un sueño o es víctima de alucinaciones. Precisamente por ello corren el riesgo de que el público se confunda al grado de abandonar la película o decida finalizar sólo prestando atención a su banda sonora.
Neptune Frost es de esos filmes a los que rehuyen aquellos cinéfilos reticentes a los contenidos de festivales porque materializa uno de sus temores: ver algo a lo que no le van a entender. En contraste, aquellos cinéfilos que le entran a todo le darían el beneficio de la duda para verla una segunda o tercera vez no para entenderla, sino para hallar respuestas a las inquietudes que arrojan imágenes, sonidos y personajes en esta experiencia alucinante y sensorial.