En México hemos crecido bajo una peligrosa educación sociocultural que condena a la mujer que no se casa, no tiene hijos, no depende de un hombre y prioriza su individualidad. Tal estigma ha crecido en la actualidad con la independencia y liderazgo que ejercen muchas mujeres con sus propias vidas.

¿Por qué elige una mujer no amar a alguien más? ¿Qué historia hay detrás de aquellas mujeres que toman la decisión de llevar una autonomía ajena a los estándares sociales? La documentalista rusa Tamara Dondurey debuta en su primer largometraje de ficción adentrándose en el universo de la mujer actual para orientarnos con una historia al respecto. 

 

Kira (Ekaterina Ermishina) es una arquitecta de 30 años enfocada en su crecimiento profesional con la obsesión de modernizar Moscú con sus proyectos. Preocupada por su futuro, se caracteriza por ser una persona de decisiones contundentes: o es blanco, o es negro, pero no gris. En su privacidad mantiene una relación de noviazgo con un chico que adora a los perros, animales que a ella le incomodan dentro de su espacio. Sin embargo, no siente nada por él, ni por nadie, porque es incapaz de amar. O eso cree.

Su vida se cimbra cuando se entera que está embarazada. Esa noticia lleva a que su pareja le proponga vivir juntos, lo que se convierte en una propuesta alarmante para ella. "La estabilidad es un privilegio", le dice para rechazarlo y hacerle notar que no hay porvenir a su lado. También le avisa que va a abortar. Entonces ocurre una fatalidad que significa una gran pérdida para Kira.

Dicha pérdida es una experiencia catártica que la lleva a descubrir que sí es capaz de amar pero no sabe cómo hacerlo. Aquí Dondurey se aleja del cliché romántico para abordar el proceso de Kira en una confrontación con su mundo, especialmente con la raíz de sus conflictos, su madre.

La directora manda un mensaje necesario: si requieres respuestas para sentirte mejor, búscalas. Y no importa si eso implica cuestionar a la familia, principal tesoro-desdicha con que nacemos. Con o sin intención, la cineasta abona algo que el ser humano menosprecia en su formación al grado de que no se inculca: la libertad sentimental (somos dueños de nuestros sentimientos). ¿Hasta qué punto los padres tienen derecho a intervenir para moldear o nulificar la sensibilidad de sus hijos? Es una interrogante que se desprende con la crisis de Kira.

En su lucha interna por empezar de cero, posiblemente muy asustada por tener que reconstruirse con un corazón que tiene mucho por y para sentir, Kira actúa por inercia ante una situación que era impensable antes de sufrir la pérdida que alteró sus planes. ¿Qué hace? Le comparte de sus alimentos a un perro que habrá de hacerle compañía. Ese gesto tan habitual y cotidiano para mucha gente es novedoso para ella. Nos indica que ha tomado la fuerte decisión de reconstruirse en la libertad de elegir una familia, de construir una. 

La actuación de Ekaterina Ermishina es de suma relevancia. Maneja un tono de contención, instrospectivo, de bastante represión. El personaje de Kira así lo demanda, por lo que absorbe su realidad para despertar en el espectador esa premura de invitarle a explotar, a estallar.