Los domingos de permanencia voluntaria en Canal 5 fueron no solamente ilustrativos en materia cinéfila, sino también terapéuticos en la década de los noventa. La selección de películas era variopinta y comercial, pero siempre entretenida. Si no podías o no tenías posibilidad de ir al cine, la televisión fungía como su sustituta. Muchas veces cumplía con creces esa suplencia. Uno de los tantos títulos que nos hacía olvidarnos por completo de todo para pasarla bien fue Locos de remate (de Sidney Poitier, 1980). 

Richard Pryor y Gene Wilder fueron los genios que protagonizaron esa hilarante y alocada comedia. ¿Cómo habrá sido carcajearse con ellos en la sala del Empire Cinema inglés durante 1981? Eso lo sabe con precisión Stephen (Michael Ward), el chico de raza negra que trabaja como boletero y vendedor de dulces en este complejo mientras intenta ser aceptado en alguna universidad para estudiar arquitectura.

 

A diferencia de su compañera Hilary (Olivia Colman), él sí aprovecha para disfrutar las películas que exhibe el Empire Cinema. Viéndolas y perdiéndose en ellas es como se siente seguro ante la hostilidad que sufre en la calle por su color de piel. De igual forma se resguarda en las ficciones cinematográficas de un mal de amores y de la frustración que tiene por el rechazo universitario. 

Se encargará de inculcarle eso a Hilary, quien tarde o temprano le hará caso y comprenderá el porqué las películas son un refugio seguro en instantes de crisis. A su vez, Hilary no lo hará sin antes atravesar por más descubrimientos en su vida, tales como la sexualidad placentera y el amor con alguien mucho más joven que ella, el propio Stephen. 

Sam Mendes presenta un nuevo trabajo que apunta a ser nostálgico contextualizado en el ambiente sociopolítico convulso que se vivió en Inglaterra durante 1981 con la tensión que derivó en el famoso disturbio de Brixton (enmarcado por un conflicto racial y desempleo). Pero su guion (también es el guionista) deambula con traspiés al querer abarcar demasiados temas complejos que van y vienen sin darle tiempo de asimilación a cada uno.

Cada vez que hay un salto de un tema a otro aparece la fotografía de Roger Deakins para que el espectador no se extravíe o distraiga. Líneas, líneas y más líneas se aprecian en los espacios que recorren los personajes. Esas líneas transmiten orden, recordándole así al público que la imagen es un sostén cuando la historia se trastabilla. Más aún cuando se trata de un cúmulo de imágenes que cautivan por su pulcritud y respeto hacia quienes representan lo escrito por Mendes.

Afortunadamente también está Olivia Colman para mantener y conducir el plano emocional de los momentos intensos que vive como Hilary, una mujer madura que masturba en secreto a su chantajista jefe Mr. Ellis (Colin Firth), que debe suministrarse litio para controlar su esquizofrenia y lidiar con sus sentimientos al enamorarse de Stephen. 

Es Olivia Colman quien redondea y da sentido a una de las intenciones que plantea Mendes cuando ella se entrega a Being There (de Hal Ashby, 1979), un peliculón protagonizado por el extraordinario Peter Sellers en el papel más melodramático y emotivo que tuvo como actor. Allí notamos que el director y guionista, a través del gusto cinéfilo de Stephen, tiene razón al afirmar que las películas son un lugar seguro. No así un cine, templo sagrado para la cinefilia que no es tan confiable como pensamos. Son las películas aquello que nos funciona como refugio, se vean donde se vean. Así sea en la sala de tu hogar con Locos de remate en la primera función de la permanencia voluntaria del Canal 5. 


Y si abrazamos una escena de este refugio llamado The Empire of Light, aparte del encuentro que Hilary tiene con Peter Sellers, tiene que ser la de Hilary con la madre de Stephen. Ambas tienen una interacción que no pasa desapercibida porque es un suave trancazo que obsequia Sam Mendes para cuestionarse posturas sobre el amor y la diferencia de edades. He ahí un gran tema para volver a la realidad.