Hablar de Ignacio López Tarso es hablar de cine en toda la extensión de la palabra. Pocos actores como él han logrado derrochar talento mediante una amplia y diversa gama de personajes con capacidad de convertirlos en inolvidables. Desde causar ternura hasta generar enojo, sus interpretaciones forman parte del acervo emocional de los mexicanos. Sin exagerar, sus papeles en la pantalla grande bien pueden ser catalogados como patrimonio cultural.
Por más de siete décadas, este señor colaboró con los mejores directores en filmes que son pieza importante de la historia cinematográfica de México e incluso de América Latina. Macario, por ejemplo, es una película que se estudia en universidades como la de Buenos Aires, Argentina. Próximo a cumplir un centenario de vida, Don Ignacio es una leyenda que vive y vivirá en la memoria de millones de mexicanos que no tienen escapatoria a su dominio actoral ante la cámara en distintas historias.
Macario en Macario, de Roberto Gavaldón
Cada vez que se puede ver esta película es inevitable la sensación de querer ofrecerle algo de comer a Macario, un campesino que tiene mucha hambre y no le permiten disfrutar a gusto su guajolote. Pero es una persona tan noble que no tiene empacho en compartir su alimento con la mismísima Muerte, entidad que a cambio le compensa su gesto con un agua milagrosa para curar enfermedades.
Adán en El hombre de papel, de Ismael Rodríguez
Hasta la fecha sigue causando irritación el maldito ventrílocuo (Luis Aguilar) que no tiene alma para aprovecharse de la ilusión e ingenuidad del buen Adán, el pepenador mudo que se ha encontrado un billete de 10 mil pesos y sueña con tener un hijo, así que decide gastarse ese dinero en comprar al muñeco Titino con la idea de que habla por sí solo.
Dionisio Pinzón en El gallo de oro, de Roberto Gavaldón
La suerte puede aparecer en el momento menos esperado y en circunstancias jamás pensadas. Eso lo aprendimos con Dionisio, el pregonero que ha perdido a su madre pero se encuentra a un gallo de pelea herido que le cambia la vida. Luego de ser cuidado y conseguir su recuperación, el animal vuelve a pelear para recompensar a su cuidador.
Ángel Peñafiel en El profeta Mimí, de José Estrada
Después de haber asesinado a su padre y a una prostituta que llevó a casa durante su infancia, Ángel crece convencido de que él tiene la misión de redimir a las mujeres de la vida galante, por lo tanto recorre las noches del Centro Histórico para estrangularlas y asesinarlas. Por cierto, el corte de cabello pensado para Ignacio López Tarso le impregnó mayor agresividad a su personaje.
Emeterio Sánchez en Cayó de la gloria el diablo, de José Estrada
La desgracia persigue a Don Eme en cuanto su sobrino se va a trabajar a Estados Unidos. Como no supo manejar las cuentas del negocio del reciclaje, se las tiene que ingeniar como tragafuegos en el Centro Histórico. Para colmo de males, se enamora de quiénes no debe. Hay gente a la que le va mal y a él.
Don Jesús en Los albañiles, de Jorge Fons
¿Acaso ya olvidaron que todos los trabajadores de la construcción que son interrogados tienen motivos para haber asesinado a Don Jesús? A partir del homicidio del viejo van descubriéndose una serie de detalles y situaciones que lo hacen ver como un hombre nada confiable, sobre todo por lo que comete con Celerina.