El relato universal de la bruja avejentada, terrorífica, malévola y nada agraciada en su imagen es empleado por Pierre Tsigaridis en su ópera prima. Pero lo toma como base y complemento de una historia que se fragmenta en dos para abordar el mal desde el matriarcado. También lo hace con la intención de darle su lugar a los personajes femeninos en películas de terror como creadoras, protagonistas y únicas ejecutantes de la maldad. 

La introducción nos muestra a dos mujeres que tienen en su posesión un bebé al que proceden a devorar. Se nos establece así que son las dos brujas referidas en el título. De igual manera se nos hace saber que no existe el boogeyman, sino la boogeywoman, entiéndase un ser diabólico femenino que aterroriza a los niños. Y en este caso, se los come.

Primero vemos el episodio de una bruja anciana (Marina Parodi) que hechiza con el mal de ojo a Sarah (Bell Adams), una joven que está embarazada y sufrirá las consecuencias del mal ajeno depositado en ella. Este capítulo se conecta con el segundo mediante el legado de la brujería, es decir, la herencia de los poderes malditos por parte de una abuela a su nieta Masha (Rebekah Kennedy) para que continúe con esa tradición y la mantenga viva. Contrario a su antecesora, Masha es joven, bella, con apetito sexual y desea al novio de Rachel (Kristina Klebe), su casera y roomie, una mujer que se convierte en obstáculo de sus instintos carnales.

Con conocimiento y mezcla de terror, gore y suspenso, Tsigaridis confecciona una película sin final feliz, ¡y qué bueno! Tiene el atrevimiento de establecer al mal desde el inicio hasta el desenlace con el propósito de comunicar que existe, que no podemos ni debemos ignorarlo cuando se presenta en nuestras vidas. Con las brujas como fachada, el director lo desmenuza en sentimientos como la envidia, un mal que puede conducirnos a hacer lo que sea con tal de tener lo que otro posee, o conseguir que el otro deje de tenerlo para sentirnos bien. 

Un elemento más a destacar en la connotación femenina que el realizador quiere dar a Two Witches lo observamos en una pequeña ceremonia, ¿o un refinado aquelarre?, en la cual se manifiesta una entidad demoniaca de sexo femenino. La invocación no es hacia la figura habitual del diablo en sus distintas manifestaciones y representaciones que hemos visto en el cine. Aquí, tal como se aprecia en Bienvenidos al infierno (2021), de Jimena Monteoliva, la visita es de una deidad que bien puede ser Lilith, la mujer expulsada del paraíso.

En resumidas cuentas es un contenido que entretiene, asusta y satisface a quienes gustan del género. Si hay algo que llevarse a casa, además de una posible sugestión, es la propuesta de mostrar el cambio de estafeta desde los lazos sanguíneos para perpetuar la brujería tal como nos la han contado. Antes se le temía a las brujas avejentadas, ahora también hay que temerle a una nueva generación bastante jovial.