Todo transcurre en el interior de la tienda de trajes hechos a la medida que es propiedad del sastre Leonard (un extraordinario Mark Rylance) y en la que es apoyado por su recepcionista Mabel (Zoey Deutch). Se trata de un espacio de tres accesos: puerta principal, puerta a la sala de estar o mostrador y puerta del taller de confección. Desde un inicio esas tres puertas avisan que allí cualquier detalle y rincón es importante, ya sea porque algo oculta o alguna acción se ejecuta. En tanto, el exterior se asoma como un frío monstruo al acecho en el invernal y convulso Chicago de los años cincuenta tras la caída de Al Capone.
Una noche cualquiera se convierte en una bomba de tiempo cuando Richie (un Dylan O’Brien con ligeros guiños a Paul Muni en Scarface, de Howard Hawks) llega herido de bala a la tienda para pedir ayuda de Leonard. Lo hace acompañado de su guarura Francis (Johnny Flynn), mano derecha del padre de Richie, el líder mafioso Roy (Simon Russell Beale), un hombre al que le tiene aprecio el sastre. Entonces empieza una trama que utiliza de forma magistral la confusión para generar suspenso con base en la enigmática organización criminal The Outfit, una entidad amenazante de la cual solamente se conoce su símbolo. Nadie sabe quién la dirige ni quién la integra, pero tiene en vilo a la mafia local por la supuesta presencia de un soplón que vende información al FBI.
Temores, dudas, desconfianza. Traición, peligro, angustia. El enredo, que viene de menos a más en la tensión hacia el espectador, propicia una narración inteligente por parte del guion escrito por Graham Moore y Johnathan McClain con dos decisiones brillantes para contar una punzante historia de gángsters: escaso uso de armas de fuego y el paulatino proceso de introducirnos a la mente de Leonard. Muy pocas pero efectivas son las balas que emplea en la resolución de conflictos que plantean los escritores.
Leonard pide en un par de ocasiones que no se dirijan a él como “sastre”, sino como “cortador”, porque considera que no es lo mismo confeccionar que cortar. Dicha precisión del oficio que desempeña estructura a su personaje; el maestro cortador conoce los puntos estratégicos y los cálculos minuciosos para un ajuste perfecto del traje que habrá de confeccionarse a su gusto, no precisamente al del cliente. Esa diferencia matizada por él funciona como una pista, ¿o una trampa?, para entender qué sucede en pleno punto álgido del caos.
Los tonos cálidos y oscuros de la fotografía, así como las tomas que hacen lucir la puesta en escena, pueden remontar al aspecto visual y narrativo de una película como El ilusionista, de Neil Burger. ¡Y con mucha razón! El cinefotógrafo es el mismo, Dick Pope. Desde la lente construye otra perspectiva que fortalece al libreto para crear un ambiente de intriga abrazado al arte del engaño que poco a poco va revelándose. Si alguien sabe de plasmar ilusiones cautivantes frente a cámara, ése es Pope.
Hacia la parte final, The Outfit orilla a que el exterior también sea pertinente de ser considerado porque habrá de recibir al mal vestido de forma elegante y así proseguir su camino reinventándose en otra nueva exploración que le permita demostrar que nada es lo que parece. Una noche tensa y violenta en su desenlace basta para comprobarlo. Inevitable será para gente del público traer a su memoria aquella frase de “El mayor truco del diablo es hacerte creer que no existe”, escrita por el poeta francés Charles Baudelaire y retomada por Brian Singer en Sospechosos comunes para hacer inolvidable a Keyser Söze.