Agua y fuego. Dos elementos necesarios, poéticos, temibles. Son creación pero también destrucción. Pese a que pueden repelerse uno al otro, se requieren mutuamente. Conviven entre la belleza y la tragedia. Juntos construyen historias encaminadas hacia aventuras impensables enmarcadas por creencias, leyendas y, sobre todo, las contradicciones humanas. Tal es el caso de lo que ocurre con Pobo ‘Tzu’, película de Tania Ximena y Yollotl Alvarado.

Trinidad es un poeta que nació el día que hizo erupción el volcán Chichonal en 1982 y tiene visiones de corte onírico sobre ese fenómeno que sepultó al antiguo poblado de Esquipulas Guayabal. Tras escucharlo, pobladores del lugar se motivan a emprender la búsqueda de las ruinas sepultadas. 

 

Remover la tierra para hurgar en sus entrañas es un acto emocional ligado con la raíz, el origen y el pasado. Sin embargo, tan inherente al ser humano cuando emprende la marcha hacia la posibilidad de hallar riqueza u objetos de valor, la ambición también se asoma. Y se manifiesta a veces con sutileza a través de una mirada. La película tiene una escena hermosa en la cual dialogan dos hombres: uno cuenta de forma ingenua la existencia de una campana enterrada y el otro se entusiasma con imaginar ese tesoro mientras platica lo que aprendió con “maleantes” en prisión. 

En esa pequeña conversación, que ocurre en un territorio donde el agua de la lluvia o un río armoniza con el fuego de una fogata o un cerillo para encender un cigarro, ambos sujetos dialogan con calma. En sus diferentes puntos de vista y expresiones ofrecen la visibilización de la contradicción que tenemos como individuos frente a circunstancias o situaciones que revelan nuestros impulsos y ponen a prueba nuestros pensamientos morales.

Previo a la expedición que habrá de ponerse en marcha, que conlleva la realización de rituales entrañables hacia el sitio que se habita encima de una población sepultada por un volcán, esos dos hombres fungen como metáfora de lo que son el agua y el fuego para los ejidatarios del Nuevo Guayabal, así como para el entorno natural de ese territorio en sí. El agua y el fuego son dos narradores silentes pero visibles de un descubrimiento del que además es partícipe el espectador.