Durante un operativo de seguridad llevado a cabo en un barrio popular de Buenos Aires (probablemente Villa Lugano), la agente Camila (Melisa Garat) persigue a un delincuente por las azoteas pero cae en la trampa de un extraño ritual que atenta contra su vida mediante el fuego, además de que los miembros partícipes de la ceremonia también se inmolan.

Posteriormente conocemos a los detectives Fátima (María Abadi) y Ángel (Marco de la O), quienes acuden a un domicilio en el cual un señor fue asesinado de forma atroz por sus dos hijas. El crimen se asemeja a otros homicidios de características similares y que tienen relación con un movimiento sectario que se autoproclama la mano de Dios en la Tierra. En el cuarto donde yace muerto el hombre pueden apreciarse afiches sobre Independiente de Avellaneda con encabezados como ‘Al diablo’ y ‘Fuego sagrado’, que en realidad son complementos o mensajes del director para establecernos la idea de que el asesinato tiene que ver con fuerzas malignas o sobrenaturales.

Estas dos secuencias de introducción a la película son de excelente manufactura y envuelven al espectador en una atmósfera de intriga por saber qué se oculta detrás del rito cuya víctima es Camila y cuál es la causa de los crímenes investigados por los detectives. Pero entonces Mete miedo empieza a caer porque se extravía en el intento por introducir varios elementos del cine de terror al ahondar en la misteriosa presencia de una espectro femenino-bruja-sacerdotisa albina. La fuerza que imprime el guion de Hernán Moyano con un gran manejo del thriller en su inicio decae de manera paulatina al ser repetitiva en el uso de tópicos del cine de horror. 

El título de la película se debe a un juego infantil similar al de las escondidas. Puede abrazarse la comprensión de que se llame así desde el comienzo, esto gracias a que un fotógrafo le comenta a Fátima que los terribles asesinatos tienen una razón oscura como móvil. “Hay un diseño detrás del mal”, le dice. Y ese diseño termina por no interesar después a la propia historia. En todo caso, dicha premisa es rescatada hasta el final en la figura del mismo fotógrafo, pero llega tarde, incluso con el riesgo de hacerlo sentir forzado para devolver al espectador a un escenario promisorio que desafortunadamente tomó otro rumbo luego de un extraordinario prólogo.


El hecho de abordar un parricidio perpetrado en un contexto de fanatismo religioso o sectario daba para desarrollar mucho más una lectura que en sí es atractiva. Plantearlo como lo hace Mete miedo es un acierto porque de inmediato obliga a desprender una serie de interrogantes e inquietudes sobre una posible paternidad tóxica, la salud mental en la población juvenil, la influencia de movimientos que aprovechan la natural confusión de los jóvenes respecto a sus pensamientos. Vaya, le hace honor al título. Nos mete en esos otros miedos que después se olvidan.