El aprecio y la animadversión hacia influencers y youtubers ha tenido un contraste relevante a partir de denuncias contra quienes se denominan creadores de contenidos. Acusaciones graves pusieron en el foco de atención social a estos personajes por atentar contra la privacidad y dignidad de aquellas personas que son víctimas de su mofa, escarnio y cuestionable entretenimiento. Desde señalamientos de abuso sexual hasta resoluciones de carácter judicial por pornografía infantil, las nuevas celebridades de nuestros tiempos están en la mira por su manera de interpretar la comunicación a costa de ignorar la ética.

Sumar más seguidores, conseguir más likes y posicionarse en un alto rango de fama para competir entre ellos los lleva a cometer atrocidades sin la mínima conciencia del daño que pueden provocar en terceros. Sus fans les aplauden, pero hay otro grueso de la población que espera su caída. Y cuando una o uno cae, el sentimiento colectivo de sus detractores es motivo de alegría. Entonces los aplausos son a la inversa. 

 

¿Qué pasa cuando el influencer o youtuber es la víctima para que su desgracia sea exhibida? ¿Es plausible verle convertido en el entretenimiento de una sociedad que le desea tragedia como compensación de las afectaciones que provocan a otros? Hacia allá va Follow Her, un thriller que roza las atmósferas del slasher para plantear de forma inteligente esta posibilidad que nos conduce a reflexionar en qué lugar estamos parados ante uno de los más temibles monstruos de nuestra época, el fenómeno de la viralización.

Jess Peters (Dani Barker) es una mediana estrella del streaming que graba en secreto interacciones que tiene con clientes que la contratan para trabajos excéntricos, tales como simular que es una dominatrix sadomasoquista o comportarse como una mujer traviesa que se deja hacer cosquillas mientras está amarrada a una cama. El material visual que recopila lo edita y lo sube a sus plataformas con el propósito de tener éxito en internet. Una de sus metas es monetizar en grandes cantidades para mantenerse de eso.

Por la premura de publicar sus contenidos comete el error de no fijarse en que revela la identidad de uno de sus clientes en uno de los videos. Ese detalle le pasa factura en su siguiente trabajo: ayudar al guionista Tom Brady (Luke Cook) a terminar de escribir el final del guion que elabora. Jess acepta sin saber que es una treta para darle una sopa de su propio chocolate.

De forma atinada, la directora Sylvia Caminer estructura el desquite hacia Jess en el interior de una cabaña donde no hay escapatoria. Dicho espacio cerrado y peligroso puede ser la traducción de lo que significa el ciberespacio para creadores y consumidores de contenidos cuya diversión es la degradación ajena. Toda vez que se conectan a una computadora o un móvil, se encierran en un universo del que no hay salida. Por el contrario, cada vez más aumenta la demanda de producciones que los mantienen cautivos. Son absorbidos como verdugos y testigos de un mundo que no piensa en el otro sino en la satisfacción propia de manera pronta. Estar preso en ese sistema puede llevar a resoluciones terroríficas, ¿o acaso no es el terror mismo dejarse atrapar por el monstruo de la viralización con plena conciencia de su voracidad? ¿No aterra la idea de que tu vida privada deje de pertenecerte o que te conviertas en dueño de dignidades por un simple ratito de ocio? El dilema que arroja la realizadora con la última escena de la película es para llevárselo a casa, pensarlo, discutirlo.

Caminer se respalda en las actuaciones de Barker y Cook, quienes logran un equilibrio para transmitir que se trata de un juego de al gato y al ratón. Para desquiciar a su víctima, así como al espectador -que termina convirtiéndose en metáfora del consumidor de la desgracia para satisfacerse a sí mismo- Cook recurre a un matiz de interpretación similar al de Jim Carrey, es decir, el tono exagerado de gesticular con humor. Dado que se trata de una situación que pone entre la espada y la pared al público con relación a lo que sufre Jess, no sabemos si Tom cae bien o mal. He ahí una trampa benévola de la directora para confundir a la gente previo al desenlace. 

La fotografía de Luke Geissbuhler reafirma esas intenciones con una cámara que pone a Jess generalmente en interiores, entiéndase en su mundo cerrado como estrella de internet. Pero cuando la sigue en exteriores (específicamente en el bosque que rodea a la cabaña) propicia que se sienta temor de que algo malo le ocurra, jugando así con la emoción para no saber en qué lado de la balanza inclinarse. 

¿El miedo está en lo que te hagan o en lo que haces? Probablemente la respuesta esté a un solo clic de los videos que comparte el influencer o youtuber de tu agrado, o del que te caiga pésimo. También aplica con algunos medios de comunicación que se alimentan de la violencia que nos aqueja, o perpetramos.