Pesa el hecho de saber que es un remake. Entrarle con esa carga a la película, sin duda, complica la experiencia de darle siquiera una oportunidad. Otro obstáculo inmediato es que se trata de una comedia romántica, un género que divide gustos cuando se trata de una producción mexicana. Y es que aceptémoslo, el humor nacional en este tipo de historias suele ser de fórmula repetitiva en la actualidad. 

¿Cómo darle entonces un chance? A partir de sus protagonistas, aunque sea por curiosidad. Paulina Gaitán es una estupenda actriz que ha lucido en contenidos de acción, suspenso y drama. Llama la atención verle en un universo ajeno al que se le identifica. Situación similar ocurre con Alfonso Herrera, un actor mexicano que ha tenido una carrera ascendente con gran elección de los proyectos en que participa. Recientemente lo vimos en Ozark, una serie densa a la que se integró en un nivel álgido de la trama y se acopló a la perfección.

 

Distantes de la comedia en sus últimos trabajos, ambos actores asumen el reto de una prueba compleja: hacer química. Pero eso no es todo. Además de buscarlo como intérpretes, también deben hacerlo con sus personajes en la ficción, Flor e Iñaki. Dado el bagaje respectivo que cada uno posee, un punto interesante para observarlos radica en el detalle de comprobar si se conducen por un camino que los lleve a caer en exceso de cursilería, o mantienen esa distancia de pocas o nulas afinidades para hacer más creíble su relación. Afortunadamente se inclinan por la segunda vía. 

Puede considerarse que Herrera se aproxima al ridículo, sin embargo, su papel así se lo demanda con base en la personalidad y mentalidad que tiene Iñaki, un hombre que va por la vida metido en personaje, escondiéndose o evadiendo su naturaleza. De hecho, logra que se le perciba como un idiota, tal como lo cataloga Flor. En tanto, Gaitán hace bien en moldear un perfil altanero, dubitativo y con contradicciones manifiestas para no caer en lo meloso; el stand up le permite burlarse de sí misma para mostrarse como es. 

Dicho lo anterior, cabe añadir que un aporte más para sostenerse en Gaitán y Herrera es la película que filman en la trama. Recrean escenas de la época de oro del cine mexicano que aluden a Enamorada (1946), de Emilio ‘el Indio’ Fernández. Con esa alusión a María Félix y Pedro Armendáriz se cimienta una atracción que destaca más por sus diferencias que por sus aspectos en común. Si en algo coinciden, tanto en la realidad como en la ficción, es que son actores. A partir de esa coincidencia, se aventuran a experimentar la búsqueda de la química entre ellos en tres universos: el real (como Paulina y Alfonso), el ficticio (como Flor e Iñaki) y el metaficticio (como María y Pedro).