Licorice Pizza tiene muchas lecturas si se le presta la atención debida. Puede llegar a parecer un simple relato sobre una encantadora historia de amor juvenil. ¡Pero qué relato! Ambientándose en los setenta, Paul Thomas Anderson reparte dosis y mensajes de todo tipo. En uno de tantos mensajes aprovecha para hablarle a la generación juvenil actual. Puede decirse que incluso abraza a la chaviza de hoy día que suele ser denostada por varios motivos, al grado de ser llamada “de cristal”. Vaya, le da un pellizquito como diciéndoles “miren chavos, estos pueden ser ustedes, que nadie les diga que son de cartón”.
Actualmente vemos que muchas personas de 30 años en adelante presumen en sus redes sociales el famoso “couple goals” generalmente alusivo a enaltecer el hecho de haber cumplido de forma presurosa con los esquemas de vida establecidos por la sociedad: casarse, tener hijos y sentarse a ver cómo crecen las bendiciones. No quiere decir que está mal, así nos educaron. Bueno, Paul Thomas Anderson se sale de ese molde. Entiende que en estos tiempos eso no es prioridad para muchos jóvenes, o en su defecto valora que no tienen acceso para “cumplir” con ese esquema sociocultural por diversas razones. Y no por ello los jóvenes no saben amar, o no son capaces de ello.
Con Licorice Pizza arroja una invitación de animarse a emprender, de intentar y de fracasar cuantas veces sean necesarias con el propósito de que los jóvenes encuentren lo que quieren ser, lo que les alegra la vida sin que los adultos intervengan imponiéndoles sus visiones o creencias. No nos muestra chicos y chicas inactivos e idiotas sino atrevidos, inquietos y solidarios entre sí. Le entran a ganarse el sustento como comerciantes, empresarios o empleados sin estar atados a cumplir las expectativas de otros. No es menor que en este aspecto ejemplique que enamoran más las acciones y las actitudes que las palabras y las promesas.
Aquí no piensan en hijos ni en casarse. Tampoco se cortan las venas ni le huyen a lo que sienten. Por el contrario, se dejan llevar por esas novedosas emociones de lo que implica enamorarse, asumen ese riesgo y buscan cómo aterrizar en ese hallazgo que ha modificado sus vidas. Disfrutan el proceso, no lo sufren.
Únicamente se dejan influenciar por sus emociones y por sus sentimientos. Besar a la chica que te gusta o verle los senos es fabuloso, pero no lo es todo. De igual forma cautiva y fascina saberla junto a ti siendo capaz de construir aventuras como verle maniobrando un camión sin gasolina en una situación crítica. Es en los detalles de nuestra propia naturaleza donde radica el encanto que al otro conquista.
Por si fuera poco, los jóvenes de Paul Thomas Anderson también son normales. Alejándose de los moldes estéticos que tanto gustan en Hollywood, el director recurre a cuerpos y rostros comunes y corrientes, identificables dentro de la cotidianidad que nos rodea. Son chicos y chicas como aquellos y aquellas que los verán desde la butaca.