Pertenezco a una generación que creció con discursos adultos de que los jóvenes eran el futuro del mundo, o por lo menos del país. Las peroratas se centraban en precisar que la educación escolar iba a ser la solución de todos los males. Fueron principalmente los políticos, como siempre, los promotores de esa idea que hasta la fecha sigue sin dar resultados. Los problemas persisten. Y no solamente eso, sino que se agravan. 

Contrario a esa juventud depositaria de esperanza, la actual carga sobre sus hombros una losa de desencanto y vaticinio de debacle. Aquellos jóvenes que éramos la ilusión de un planeta mejor, ahora somos los adultos que no pudimos con ese pronóstico alentador que nos impusieron. Para despojarnos de ese yugo, quizá de forma inconsciente, nos desquitamos con quienes vinieron y vienen después. Pertenecemos a esa adultez que oprime y no da su cara en la ópera prima de Jorge Cuchí.

 

A través del uso de pantalla dividida, el director nos enseña el encierro emocional que padecen Elisa (Karla Coronado) y Félix (José Antonio Toledano) en sus hogares, dos jóvenes que únicamente son visibles en sus respectivos entornos para generar conflictos haciéndolos sentir responsables de los mismos. De igual forma sufren en otros espacios interiores de su vida cotidiana, como la escuela, donde antes de escucharlos se prioriza juzgarlos y tratarlos a manera de delincuentes; Elisa es obligada a dar una muestra de orina para una prueba antidoping en vez de preguntarle si sucede algo en casa. 

 

Son dolores de cabeza para los adultos, o un estorbo. Así los tratan, así los hacen sentir. Los maestros no tienen oportunidad de elegir a sus alumnos y los padres se resignan a que no les quedó de otra con ellos. Por si fuera poco, el mundo en sí les limita y reduce espacios para que mínimo puedan respirar; Cuchí lo transmite con la pantalla dividida, las aulas escolares, la reclusión en sus habitaciones, los estrechos pasillos del edificio, el transporte público.

La única salida que encuentran a ese entorno asfixiante para el que son invisibles es jugar retos virales. Elisa logra atrapar a Félix para llevar a cabo una serie de 50 juegos que van de menos a más en su nivel de peligrosidad, siendo el suicidio el último gran reto. Mientras los efectúan, van enamorándose uno del otro. Estando juntos, todo es distinto para cada uno. Se emocionan, sonríen. Viven. Laten fuerte sus corazones estando unidos, incluso en situaciones que ponen a prueba el remordimiento, la conciencia. Pero a pesar de eso, nada les hará cambiar de opinión: están seguros de cumplir con todos los retos. Están convencidos de quitarse la vida. Esa seguridad no se negocia. 

Hay una toma en que Cuchí revela que el domicilio de Elisa se ubica entre las calles de Ciencia y Progreso. Eso se descubre mientras ella camina en un exterior, en la libertad. Pero, ¿cuál camino elegir en esa acera para continuar el trayecto? La ciencia es lo explicable, pero ella es una chica que transita en lo inexplicable. El progreso, en tanto, no es opción para una juventud orillada a buscar en retos virales la confirmación de su propia existencia y para la que al parecer no hay porvenir.

Dicho progreso tampoco es para la madre de Elisa, una mujer que, sin saberlo, representa muchas de las heridas que laceran a miles de mujeres en nuestro país y al final terminará sufriendo dos más que la ciencia no podrá ni puede explicar. Entre esas calles no solamente habita la desdicha de Elisa, sino también de su mamá, un ser perteneciente a la generación que iba a cambiar el mundo.

No es la escuela lo único que forja más y mejores jóvenes en formación. Esa responsabilidad atañe a otros factores que primero, antes que cualquier cosa, tiene que aprender a mirar a la juventud no como si fuera un tumor. Probablemente por ello Jorge Cuchí coloca de forma directa la cámara en un corte de venas para que la sangre nos incite de manera estridente a observarla y comprender que el choque generacional marcado por la adultez ha preferido invisibilizar en lugar de confrontar el reflejo de sus fallas como la joven sociedad que antecedió a Elisa y Félix.