Durante el verano de 1957, la quiebra se cierne sobre la empresa que Enzo Ferrari y su esposa Laura levantaron diez años antes. Desesperado, Enzo se juega el futuro profesional en Mille Miglia, una emblemática carrera que atraviesa Italia.

No es fácil diseccionar una película que genera ciertas expectativas en torno a la figura de cierta personalidad, pero realmente tiene puesto el foco en otros aspectos de la vida del personaje en cuestión.

Cuando se promovía como una interesante indagatoria de uno de los empresarios detrás de una de las marcas más reconocibles del mundo; al atender la proyección, la obra se revela como un drama que poco caso le hace al posicionamiento de la marca, el establecimiento de sus productos de lujo o cómo se erigió concretamente el imperio superando un adverso escenario.

Pensar en que Michael Mann está detrás de esto, ya te predispone a exponerte a una especie de thriller corporativo, con la pugna despiadada del empresario que a toda costa quiere impulsar su compañía. Pero no. La sensación de frustración que deja Ferrari no tiene que ver ni siquiera con perspectivas personales: es que la película es realmente aburrida por momentos.

¿Cómo es Ferrari, la nueva película de Michael Mann y Adam Driver?

Tiene un ritmo dispar al que le cuesta arrancar en un principio, para sumergirse en el perfil de grises tras Enzo Ferrari, una figura que básicamente genera poca empatía en pantalla. Es arisco, llevado a sus ideas, poco cordial incluso con sus pares y menos con las personas con las que tiene vínculos familiares o sus súbditos. Por lo mismo, cuesta entrar en el juego de sus motivaciones y objetivos.

Tal nivel de incomodidad que genera el personaje protagonista se logra precisamente con la gran actuación de Adam Driver. Está bien, el guión no se propone tener a una figura principal con suficiente carisma como para ser el villano encantador; pero al menos el actor está a la altura del comportamiento parco y hasta hostil del hombre retratado. Ahí Ferrari tiene unos cuantos puntos.

Sin embargo, la mayor falla -o contradicción- a ojos del espectador es el impresionante hecho de que el melodrama que rodea a Enzo es más interesante que lo que gira en torno a la competencia y los autos. Y eso que no son la trama principal del largometraje, sino que más bien son hilos secundarios en ella. Así, sus tormentosas relaciones con dos mujeres causan más intriga que el ambiente tuerca la mayor parte de la película. Escarbando aún más, hay una parte de los conflictos amorosos que resalta más que la otra.

Es que inevitablemente Penélope Cruz, quien interpreta a la esposa oficial de Ferrari, atrapa la atención y las miradas. Sumergida en el drama de la reciente pérdida de un hijo, las dificultades de ser compañera de negocios de su marido y el destape de su infidelidad; estos conflictos no hacen más que exprimir lo mejor de la actriz española. Tan acostumbrada al drama turbulento de Almodóvar, Cruz es la pieza que sostendrá viva la llama del interés de quien ve la película.

Cada intervención de la española es más arrebatadora que la otra, y al mismo tiempo opaca a su contraparte femenina en la arista de la traición amorosa. Shailene Woodley, quien ofreció una deslumbrante pieza de actuación el año pasado en Misántropo, del argentino Damián Szifrón, ahora queda reducida al papel de una mujer sumisa, pero moderna, que acepta la doble vida de su amante.

Ferrari son poco más de dos horas de buenas actuaciones para una trama con poco encanto y que cansa por momentos. Hay personajes secundarios que quedan al debe por su importancia en el remate de la historia, y justamente la conclusión es tan fría como la personalidad de su protagonista. Es una película para observadores pacientes y con consciencia sobre una narrativa que se desenvuelve al ritmo paulatino de la vida misma.