Para ingresar al hogar de la primera actriz Queta Lavat es necesario llegar confesado por aquello de las dudas. Toda vez que se ingresa a su domicilio, el escalofrío recorre la piel de cualquier visitante porque de inmediato reluce en su sala la cabeza de Hugo colocada sobre un pedestal de madera. No es una réplica, sino la original que cercenó Joaquín Cordero a la estatua del niño en El libro de piedra, una película de Carlos Enrique Taboada que desde 1969 (año de su exhibición) hasta la fecha ha traumado a millones de mexicanos.
Película ‘El libro de piedra’
Está cubierta de material de protección color dorado para su preservación. Sin embargo, eso es lo de menos. A ojos de cualquier persona continúa siendo gris, terrorífica y macabra, tal como se le recuerda en la ficción. “Hay amigos de la familia que han venido y se han ido rápido porque les da pánico ver la cabeza. Recuerdan a Hugo con mucho temor, como si fuera un monstruo”, comenta la señora Lavat, quien acompaña a su hijo, el comentarista deportivo Pablo Carrillo, para ahondar en la historia del infante que se convirtió en pesadilla nacional.
Carrillo es identificado por su experiencia en el ámbito de la comunicación deportiva. De hecho, tal como él lo dice, la prensa y el público del nicho deportivo ni siquiera prestan atención a la película. En cambio, un sector de la sociedad civil sí tiene noción de que él interpretó al pequeño vástago de un antiguo mago practicante de magia negra que lo inmortalizó mediante una figura pétrea.
La cabeza original de Hugo
“Cuando Pablo era chamaco, los niños que vivían cerca de nosotros venían a preguntarme si en verdad mi hijo era Hugo. Les respondía con la verdad, que sí, y luego ya no volvían. Hubo papás que incluso les decían a sus hijos que si no se portaban bien, Hugo se les iba a aparecer para que hicieran caso. Veían a Pablo y se portaban bien. Es más, crearon un juego infantil que consistía en correr para no dejarse atrapar por Hugo”, narra la señora Lavat.
La dimensión de los ojos, los hoyitos en las mejillas al sonreír y el corte de cabello al estilo honguito fueron características de Pablo que fascinaron a la producción, por lo que acudieron con su mamá para pedirle autorización de que actuara en la película. Ella leyó el libreto, le pareció una buena historia y accedió. En cambio, su hijo no supo de qué se trataba la trama.
Así lo describe Carrillo: “Cada vez que se acercaban a preguntarnos si yo era Hugo, yo no entendía el miedo de la gente. Ah, porque te lo preguntaban como si hubiera hecho algo terrible. En la filmación para mí todo era un juego. Hacía caso a las indicaciones que me daban y ya. Simplemente me decían dónde ponerme, qué gesto hacer. Jamás me enteré que estábamos haciendo terror y que yo era el causante del miedo”.
Si bien es cierto que Hugo materializado en un menor de carne y hueso aparece en pocas escenas, una realidad es que esas breves apariciones fueron suficientes para que hubiera temor por conducir de noche, se evitaran caminatas nocturnas en bosques, además de un fuerte rechazo a cortinas grandes en habitaciones. Esas reacciones fueron gracias a que el niño se manifiesta a través del retrovisor del auto y provoca el accidente en que muere Carlos (Aldo Monti), mata del susto a Mariana (Norma Lazareno) en el bosque y sus pies sobresalen al interior de la casa debajo de una cortina.
“Para la escena de los pies, me los maquillaron demasiado. Me pusieron no sé cuánta cosa para que pudieran verse fantasmales, tétricos. Pero aún así, no me pasaba por la mente que hacíamos terror. Quizá lo más shockeante para mí fue ver a Joaquín Cordero dándole de mazazos a la estatua. Y es que la estatua fue moldeada a partir de mi cuerpo y cara de aquel entonces. ¡La estatua soy yo! Por eso me impactó ver al señor Cordero pegándome, si es que cabe esa interpretación”, describe Pablo.
Siendo un niño de entre cinco y seis años cuando se filmó El libro de piedra, Carrillo únicamente quería pasarla bien en el set. Hijo del fotógrafo Armando Carrillo y la actriz Queta Lavat, creció entre cámaras, luces, cables, escenografías, vestuarios. Para él era de lo más normal convivir con Marga López, Joaquín Cordero, Norma Lazareno, entre otros artistas más. Era un universo entretenido, por lo que el momento más incómodo del proceso fue posar y estarse quieto durante la elaboración de la estatua.
Acerca de Carlos Enrique Taboada, su memoria lo tiene presente como un director serio, sobrio y al que no le gustaba involucrarse demasiado en la dirección de actores. En palabras de Carrillo fue un hombre que daba indicaciones precisas porque tenía perfecta idea de lo que quería contar.
La estatua de Hugo en ‘El libro de piedra’
Pablo pudo ver la película hasta su adolescencia, etapa en que empezó a comprender el porqué los niños lo veían feo y amistades familiares preferían no ir a su casa. Sin embargo, contrario al efecto que tuvo entre la población, Hugo no lo asustó en lo más mínimo: “Desde muy chico, mi padre siempre me enseñó a ver las películas desde su punto de vista, es decir, el de un fotógrafo. Entonces aprendí a verlas y analizarlas desde esa óptica. Me cuesta trabajo dejarme llevar por lo que veo porque empiezo a observar detalles de iluminación, encuadre, movimiento, focos. Con El libro de piedra me concentré más en la textura y color del filme que en la historia. Conforme fui viéndola varias veces a lo largo de los años me cayó el veinte del miedo que causé. Bueno, Hugo”.
Su mamá no piensa igual. Ella sí se congeló y sintió pánico. Cuando leyó el guion visualizó una historia sencilla sobre una niña que tiene un amigo imaginario. Para su sorpresa, el resultado final le puso la piel chinita, así como al resto de sus hijos, quienes sufrieron para dormir por algunos días. Para la señora Lavat, un mérito valioso de Carlos Enrique Taboada como realizador radica en que abrazaba con cariño a sus guiones para construir en su mente el plano por plano de cómo contarlas.
Acerca de la cabeza, un trabajador de la producción se encargó de recogerla y guardarla para dársela a la familia Carrillo Lavat tiempo después. Consideró que era buena idea conservarla por si algún día querían reclamarla como recuerdo del filme. Al instante de recibirla, según cuentan, todos sintieron una extraña emoción que mezclaba “miedito” y aprecio, especialmente por el valor que cobró El libro de piedra en el ánimo popular.
“Cuando se estrenó no provocó el revuelo que tuvo posteriormente. Debido al impacto que tuvo en la televisión, un medio en el que se transmitió en distintos horarios y varias veces al año, la película fue cobrando una personalidad propia. Ya de joven y de adulto, me sorprendía ver cómo la gente seguía espantándose. Más me sorprendía escuchar conversaciones que giraban alrededor de Hugo, como anécdotas de que conductores no querían mirar por el retrovisor de su coche”, platica Pablo acerca de la trascendencia que ha tenido ese personaje infantil en el inconsciente colectivo.
A pregunta expresa de si se puede dormir con tranquilidad con la presencia de Hugo en casa, la señora Lavat responde que sí, que sin ningún problema: “Sé que a mucha gente le atemoriza siquiera pensar en estar cerca de la cabeza, pero para nosotros es una pieza a la que le tenemos afecto. Ustedes ven a Hugo, yo veo a mi hijo. Veo también una película muy importante de la cinematografía mexicana”.
Por supuesto, y como debe ser, Pablo atiende reproches de abuelos, padres, hijos y nietos que crecieron traumatizados por culpa de la película. Entre risas expresa que nunca imaginó llegar a estas alturas de la vida descubriendo que todavía existen miles de mexicanos con pavor a Hugo. “No sabía que iba a traumar a tantos. Pero no voy a ofrecerles disculpas. Por el contrario, si se portan mal, Hugo se les va a aparecer y vendrá a jalarles las patas”, concluye en la entrevista que concedió a Spoiler acompañado de su madre, la primera actriz Queta Lavat.