¿Sus películas son churros? Sí. ¿Todas son de balazos? No. Aparte de ser los justicieros que pusieron en su lugar a criminales, narcotraficantes y delincuentes de poca monta, Mario y Fernando Almada también incursionaron en el género del cine de terror. Lo hicieron con películas cuyas historias fueron desde leyendas coloniales hasta enanos que eran usados como muñecos de ventrílocuo.
Debido a que sus nombres e imágenes eran imanes de taquilla, los productores aprovecharon su fama para que protagonizaran filmes de horror. Con las características de bajo presupuesto y tramas extravagantes, las películas de terror con los hermanos Almada tuvieron el único propósito de entretener. Y así lo consiguieron con el público que les guardaba devoción. Por otra parte, curiosos y cinéfilos amantes del kitsch mexicano han encontrado en esos títulos piezas de culto, tanto por su producción como por sus personajes.
Los jinetes de la bruja
¡Quién lo iba a imaginar! Mario Almada tenía 44 años cuando produjo esta película en 1966 con la intención de apoyar a su hermano Fernando, quien quería ser cantante y necesitaba mostrarse en la pantalla para darse a conocer. Mario no quería ser actor, pero aceptó aparecer a cuadro con un papel de villano para ahorrar gastos. Fue la película que los lanzó al estrellato.
A los espectadores les agradó sorprenderse con que una aparente historia rural de Guanajuato era en verdad un filme con toques de terror. El tema de la brujería con la presencia de la bruja Salomé (Kitty de Hoyos) y la aparición de un titiritero asesinado y resucitado en un jinete gracias a un presunto pacto con el diablo, captó el interés de un sector del público, especialmente de guías de turistas guanajuatenses que absorbieron esta ficción para contarla como leyenda.
El extraño hijo del sheriff
¿Un western de terror? Claro, con los hermanos Almada todo era posible. Ambientada a finales del siglo XIX en el oeste, esta película de 1982 cuenta el martirio del sheriff de un pueblo que se convierte en padre de hijos siameses y provocan la muerte de la madre al nacer, así que decide encerrarlos y encadenarlos durante siete años porque le dan vergüenza.
Todo cambia cuando solicita los servicios de un médico (Mario Almada) para que los separe. Uno de ellos muere, pero su espíritu se apodera del hermano vivo. A partir de ese momento comienzan a suceder cosas extrañas porque el niño tiene clara una idea: no quiere descansar en paz como venganza a la decisión de su padre.
La muerte del chacal
Los hermanos Galindo se animaron a producir esta película en 1984 con un objetivo en particular: enfrentar a los hermanos Almada como enemigos. Para eso recurrieron a un guión que combina thriller con terror. El público que acudió a cines para verla creyó que se trataba de una cinta de acción, sin embargo, se toparon con algo muy distinto a lo que habían visto de sus ídolos.
Con una fotografía oscura, novedosa para lo que se hacía en el cine mexicano en ese instante, la trama gira en torno a la aparición de cadáveres de mujeres colgadas en ganchos dentro de un barco pesquero. Bob (Mario Almada) y Roy (Fernando Almada) son dos policías que deben buscar al asesino serial que está detrás de esos crímenes. Sin muchas pistas al alcance, una navaja inquieta a Bob, lo que le hace suponer que Roy es el psicópata que ataca a sus víctimas junto a un doberman para después matarlas.
Ladrones de tumbas
México llegó tarde a la producción de filmes de terror para un sector estrictamente juvenil, tal como ocurría con materiales de serie B en Estados Unidos. Total, tarde pero llegó. Y eso fue posible con tipos como René Cardona III (Vacaciones de Terror) y Rubén Galindo Jr., quien dirigió esta película en 1989.
Recurrió a Fernando Almada para que interpretara a un antiguo monje inquisidor en el pasado y a un capitán de policía actual que debe poner en cintura a un grupo de jóvenes profanadores de tumbas que resucitan sin querer a un hombre que en la época de la Colonia quiso engendrar al hijo del diablo. Hay que detener a ese sujeto antes de que embarace a una mujer virgen y nazca el anticristo.
Al filo del terror
En la transición del cine hecho con celuloide al cine en formato de video, se produjo esta película. Ya fuera para entretenerse o divertirse en su longeva carrera como director, Alfredo B. Crevenna dirigió este delirante trabajo con Fernando Almada como protagonista.
Almada personifica a ‘el Griego’, un ventrílocuo demente que pierde la cordura cuando deja de tener éxito. Su frustración la descarga con los muñecos maltratándolos, golpeándolos y mutilándolos. El problema es que sus muñecos cobran vida por sí solos, ¿o son enanos secuestrados a los que explota? Pero eso no para ahí. Se torna más denso cuando convierte a su pequeña hija en muñeca para sus espectáculos.