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Santa Bárbara, la reinvención familiar sin convencionalismos

Se estrenó Santa Bárbara, película de Anaïs Pareto Onghena, en el Festival Internacional de Cine de Morelia. Te damos nuestra opinión.

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Santa Bárbara, una película de Anaïs Pareto Onghena (Foto: Santa Úrsula Films)
Santa Bárbara, una película de Anaïs Pareto Onghena (Foto: Santa Úrsula Films)

Suena música de bachata. El ambiente es de libertad, de disfrutar el baile. Es una noche de diversión sana y tranquila para Bárbara (Anabel Castañón) y Maribel (Ilona Muñoz Rizzo), una pareja que se quiere en ese tono: libres, contentas, juntas. A diferencia de otros géneros musicales, las letras de la bachata suelen ser amorosas. Y ese perfil establece Anaïs Pareto Onghena sobre su protagonista para liberarla de prejuicios desde la visión de su narrativa. Es una postura contundente para dejar claro que si el espectador se complica la vida con lo que verá es por su propio pensamiento, no por culpa de la directora ni de los personajes.

Después de esa introducción, Pareto Onghena, también guionista de la película, nos invita a conocer a Bárbara sin el recurso chantajista que otros filmes de migración han empleado para contar historias de este tipo. Decide hacerlo con la naturalidad que le exige la misma Bárbara con su situación, es decir, la de una mujer latina que labora como trabajadora del hogar en España desde hace 12 años, enamorada de otra mujer y siendo responsable en enviar dinero a su familia, principalmente a sus dos hijos.

Bárbara juega futbol los fines de semana, convive con sus compañeras y se divierte con su novia en sus tiempos libres. Es alguien que se mantiene ocupada sin descuidar ninguna de sus actividades. Como cualquier persona que radica en un país que no es el suyo y alejada de su gente, se mantiene comunicada. En este mundo tan moderno, ella evita el celular o la computadora, prefiere la llamada telefónica a la antigüita (la voz como elemento de aproximación afectiva ante la distancia corporal). Para eso recurre a la intimidad de una cabina, un lugar que encapsula el amor-dolor que afronta como mujer respecto asu familia.

Todo cambia en su vida cuando le informan que su hijo mayor es imposible de cuidarporque andaen malos pasos y le piden que se haga cargo de él. A Bárbara no le queda otra que asumir ese compromiso recibiéndolo en España. Es entonces cuando la película cobra notoriedad en el tratamiento que la directora hace de este problema. Al tema migratorio se suma la complejidad de una relación madre-hijo que tiene como único vínculo la sangre.

Bárbara y su hijo son dos extraños. Se desconocen por completo. Ambas realidades han sido alteradas sin saber por dónde empezar. Ella lo ve como si todavía fuera un niño a pesar de que ya es un adolescente. Él, por su parte, no la concibe como una figura materna a la que se sienta obligado a querer. En medio de ellos dos queda atravesada la estabilidad emocional que poseía Bárbara: su noviazgo con Maribel, la amistad con sus compañeras y el empleo. Pareto Onghena nos asoma sin juicio de valor a esa maternidad no ejercida, lo cual es meritorio en esta época en la que todo mundo quiere opinar y decir cómo se debe ser madre.

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Confrontaciones, dudas, temores, frustraciones. Bárbara transitará por un camino complicado para reinventarse. A su lado está la bachata, esa música que le acompaña y que funciona como un personaje alterno para avisarle al espectador que lo amoroso de sus letras puede trascender al plano de la (con)formación familiar en nuevas concepciones, no apegadas al tradicionalismo conservador que defienden a ultranza los grupos de ultraderecha. Es precisamente en este discurso cuando cobra un mayor mérito Santa Bárbara. Desde los más arraigados hasta los más polémicos de la actualidad, Pareto Onghena toca tabúes de inicio a fin siendo el punto culminante a tratar el de los nuevos hogares.

Nadie elige su familia al nacer, pero sí tiene la posibilidad de hacerlo al crecer. Romper el orden de lo establecido no necesariamente atenta contra él. Es, en todo caso, una transición que el arraigo sociocultural se niega a aceptar. Es algo que debe verse con naturalidad, tal como lo establece la realizadora y guionista al comienzo de la película. Para que se perciba de esa manera es trascendental la actuación de Anabel Castañón, quien recurre a la contención y evita cualquier ápice de exageración para que su personaje transpire tal como es en su esencia.

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