En Juego Limpio (Fair Play, de Netflix) los recién comprometidos, Emily (Phoebe Dynevor) y Luke (Alden Ehrenreich), son una próspera pareja de Nueva York, que no se cansan el uno del otro. Cuando surge un codiciado ascenso en su despiadada empresa financiera, los intercambios de apoyo entre los amantes comienzan a amargarse hasta convertirse en algo más siniestro. Con ello, Luke y Emily deben enfrentarse al verdadero precio del éxito y a los desconcertantes límites de la ambición.

Actualmente cuesta encontrar una película como Juego Limpio. O sea, un drama adulto sin miedo a abordar temas tan íntimos y controversiales como públicos y complejos. Parece que con el tiempo estas intrigas contundentes fueron reemplazadas por productos serializados, más livianos, monótonos e inofensivos. Un cine rápido y fácil de digerir, que no demanda nada del espectador para luego perderse en el olvido.

¿Cómo es Juego Limpio, la nueva película de Netflix?

Lo de Chloe Domont -directora y guionista de la película- es todo lo contrario a eso. Una propuesta escrita con una carga de resentimiento contra un sistema tan machista como opresor, y con una fortaleza para abordar hasta lo más crudo de una relación de pareja. Ese momento cuando afloran las emociones más primitivas por un cambio en las dinámicas de poder.

Claro, la historia se ambienta -con mucho sentido- en un espacio predominantemente masculino, para acentuar la hostilidad hacia Emily y la humillación para Luke. Pero sin duda son atmósferas inestables y desequilibradas que se pueden aplicar a cualquier rubro, cuando es la mujer la que brilla por sobre el hombre y los varones se sienten subvalorados, amenazados.

El escenario es prácticamente un maquillaje para las sensaciones viscerales que entran en juego. Una vez expuesta la inseguridad, la cobardía, la ineptitud, la vergüenza; lo que viene después es puro colapso. Cada vez se dicen cosas peores, el manejo de las emociones es prácticamente nulo. La frustración se eleva a niveles críticos. Las tripas se revuelven en este descenso al infierno que hace la pareja protagonista.

Mientras la presión sobre los personajes crece, la tensión para el espectador aumenta y se mantiene como una constante. Llega a ser incómodo ver el desmoronamiento del vínculo. Eso es lo más importante: la película colma al espectador de sensaciones, provoca reacciones, deja dando vueltas las decisiones de los personajes, propone cuestionamientos, derriba barreras reflexivas.

Todo con un soporte firme que se llama Phoebe Dynevor. Es que Alden Ehrenreich está bien, pero ella es la verdadera estrella que transmite toda la voracidad del guión. Una faceta poderosa de la actriz, demostrando que su potencial va mucho más allá de la inocencia que demostró en Bridgerton. Dynevor llena la pantalla completamente, tanto en sus momentos más desvalidos como en aquellos en que saca una personalidad desgarradora. En esa última toma, esa que cierra en lo alto la película, simplemente es para aplausos.

Juego Limpio hace recordar aquellos tiempos de thrillers con psicología desbocada para adultos. Esos pasajes cinematográficos como Bajos Instintos (1992) y Atracción Fatal (1987), por ahí algo de Acoso (Disclosure, 1994) también. El paso del romance tórrido, apasionado, a la descomposición emocional y traumática. No hay mejor estreno en streaming esta semana. Qué bueno que Netflix apostó esos 20 millones de dólares en Sundance por esta película, vale completamente la pena destruirse los nervios con sus casi dos horas de contundente historia.