En Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio, los titanes se enfrentan a una amenaza colosal escondida en lo profundo del planeta, desafiando su propia existencia y la supervivencia de la raza humana.

La trama no somete al espectador a los enredos de mayores complejidades. Lo que había que explicar quedó expuesto con muchos baches y personajes desagradables en la película anterior. Ahora sólo es cosa de sumergirse en la acción, sin triquiñuelas de explicaciones científicas y abrazando apretadamente el salto de género en su desarrollo, de la ciencia ficción a la fantasía. Aquí es donde se rozan los aspectos tecnológicos con la explicación más mística de la existencia de los kaijus en la Tierra -y por cierto la resolución del conflicto-.

Para esta ocasión, los humanos dejan de ser los seres despreciables de las entregas anteriores. En beneficio de la historia, atrás quedan los tiempos cuando, a ojos del espectador, sólo servían necesariamente para ser blancos de la ira y la destrucción titánica, porque eran insoportables. Aquí los humanos involucrados en la acción se convierten en vehículos narrativos que van dando sentido a los movimientos sin diálogos de los titanes, exponiendo una narrativa paralela.

Con esta nueva estrategia, el componente humano ya no es tan aborrecible como en Godzilla vs. Kong (2021) o Godzilla: King of the Monsters (2019). De hecho, los alivios cómicos parecen mejor aceitados y menos sosos que en esas otras entregas. Al punto de que Dan Stevens realmente transmite que la pasó bien haciendo este personaje… Haciendo la película completa, más bien. E incluso hace buena dupla -mejor que Millie Bobby Brown- con el paranoico Bernie, de Brian Tyree Henry.

Godzilla y Kong, Un Nuevo Imperio: ¿Cómo es la nueva película del Monsterverse?

Sinceridad ante todo: No es que se eche de menos un mayor aporte en ese aspecto de la trama. La emotividad humana en una película de monstruos gigantes se lo dejamos a Godzilla Minus One, que lo hizo tan bien el año pasado. Ante todo lo que esa entrega japonesa hace bien, con el perfil de profundo drama social de post-guerra; es mejor que la producción estadounidense ni se entrometa, porque se sabe que no lograrán conectar. Este es el quinto intento y, salvo por la Godzilla (2014), de Gareth Edwards, nada de eso se ve en esta franquicia.

De ahí que cuando se habla del Monsterverse hollywoodense lo mejor es que sus responsables se dediquen a hacer lo que realmente saben hacer -y en esta película en particular lo hacen mucho mejor que otras veces-: entregar un gran espectáculo sin vergüenza o temor a los excesos. Porque puede que el largometraje en algunos pasajes no tenga sesos, pero sí que tiene músculos gigantescos moviendo una maquinaria de enfrentamientos realmente épicos entre los titanes.

Es donde da absolutamente en el clavo. Cuando todo se vuelve demencia. Cuando la violencia rabiosa explota ante la frustración de las bestias o en su intento por recuperar el equilibrio en el ecosistema en que viven. El instinto primitivo sin ataduras.

Por el bien del espectador, los dueños del show son los titanes que no entienden mayormente sobre la ejecución de razonamientos, sino que echan mano al viejo y nunca bien ponderado uso de puros y brutos golpes o la imposición de la sobrevivencia del más fuerte. Entonces, el despliegue visual de esta Ley de la Selva que pone en pantalla el director Adam Wingard es un triunfo mayor para la entretención. Porque mientras la película te engolosina con la coreografía de la demolición, también te hace reír con nuevas gracias de cada uno de los kaijus.

Hay un momento en que Kong utiliza al mini Kong de una manera que es inevitablemente para explotar en risas. Mientras que en otro punto de la producción una batalla sin gravedad se registra, y aunque el enfrentamiento parezca un poco confuso, te saca una sonrisa de satisfacción porque… ¿Qué consumieron los creadores de la película para generar el delirio de tamaña escena?

Godzilla y Kong: El Nuevo Imperio es puro exceso, desmesura y desproporción. Es la superabundancia de la actuación titánica que se echaba de menos y, hasta cierto punto, la extirpación de la estupidez humana que sobraba en las otras películas de la franquicia; todo a cambio de un buen momento de diversión. Y de eso, uno no se queja.