A diario nos enteramos de una persona desaparecida en México. En redes sociales y televisión amanecemos y anochecemos con la terrible cotidianidad de familias que recurren a estos medios para solicitar ayuda urgente en la búsqueda del ser querido que no ha regresado a casa y del que no se tienen noticias durante horas, días, semanas, años.

Esa realidad es trasladada a una ficción por Fernanda Valadez (directora y guionista) y Astrid Rondero (guionista) con la premisa de una madre que busca a su hijo desaparecido tras ir a la búsqueda de una mejor vida en Estados Unidos como ilegal. El tortuoso camino de Magdalena (Mercedes Hernández) por saber dónde está Jesús (Juan Jesús Varela)  es un reflejo de la crueldad que enfrentan padres y madres mexicanos en su incesante anhelo de encontrar al ser que más se ama. 

 

Dicho calvario de lo inhumano es atenuado desde el comienzo de este proceso con la incertidumbre o la falta de certeza, pasando por la insultante burocracia nacional que perdura como raíz podrida cuya función consiste en abrir más heridas, hasta llegar al infierno del horror que existe detrás de las desapariciones, que en este caso es la de Jesús.

Tal horror es plasmado sin ser mostrado. A diferencia de otras producciones que no tienen reparo en recrear masacres explícitas para alimentar el morbo y no como recurso narrativo, en este caso se sugieren; la fotografía de Claudia Becerril Bulos juega un papel elemental en esto. Y para ello la dupla Valadez-Rondero recurre a la figura del diablo, del mismísimo Lucifer bailándole en la cara al público para presumir su sueño materializado del mal. Su presencia, macabra y perturbadora, bien puede representar a los autores (crimen organizado) y cómplices (elementos de un sistema que desatiende e ignora a las víctimas) de una tragedia que crece de manera desacelerada e impune en México.

Calan las palabras indolentes pronunciadas por un forense sobre un cadáver, palabras que hacen referencia al título de la película y se mantienen como eco hasta el desenlace, que es tan aterrador y desolador como lo es el inicio. Duele, lastima. Hiere a partir de las víctimas porque nadie quisiera vivir lo mismo que Magdalena, ni lo mismo que Jesús. Definitivamente no se puede salir desalmado de la sala tras ver la realidad en esta ficción.