Avenida Insurgentes, Calzada de Tlalpan, el Centro Histórico. Microbuses, metrobús, el Metro. Son lugares y medios de transporte de Ciudad de México, una urbe que nunca descansa, vive de forma acelerada y a cualquier hora del día, en donde sea, el acoso callejero hacia la mujer ocurre de forma indiscriminada. Más de lo que pensamos.

Acosar a las mujeres sin importar sus edades parece estar en el ADN de los hombres capitalinos. Durante décadas se ha normalizado violentar a niñas, adolescentes, jóvenes y adultas en la vía pública o el transporte público. Esas agresiones, derivadas de una educación machista que actúa con impunidad, son el centro de atención del documental Ahora que estamos juntas, de Patricia Balderas Castro.

De ese tema se desprenden varios más que obligan a reflexionar sobre el papel violento que ha ejercido el hombre sintiéndose dueño de cuerpos y voluntades femeninas sin distinguir incluso si se trata de una menor. Por el contrario, y he ahí un punto clave de la película, el acoso y abuso se normaliza a partir de la infancia. 

Junto a otras mujeres, a través de sus testimonios y sus acciones, Patricia Balderas Castro nos introduce al despertar de una generación actual que ha reconocido el acoso como un delito que no es normal y lo confronta de distintas maneras, principalmente con la sororidad y una participación activa para contrarrestar esa violencia.

Conversamos con ella para ampliar la conversación acerca de un tema que compete a hombres y mujeres prestarle atención con el objetivo de formularnos cuestionamientos y así propiciar diálogo que nos lleve a plantear soluciones. 

Entrevista con Patricia Balderas Castro, directora de Ahora que estamos juntas

El documental traza y desmenuza la normalización del acoso callejero desde que las mujeres son niñas. ¿Cómo fue para ti descubrir testimonios que coinciden en referir que sufrieron esa violencia desde la etapa infantil?

Creo que una de las partes más tristes que se reflejan en el documental tiene que ver con el hecho de que las violencias se generan desde las infancias. No es solamente el acoso callejero, sino también el abuso sexual contra menores de edad y las consecuentes manifestaciones. 

Es un tema duro. En Ahora que estamos juntas se ven niñas que contrastan esa realidad y puede llegar a ser incómodo para quien lo ve. Pero eso precisamente busca el documental. Se trata de poner sobre la mesa una violencia normalizada que ocurre a cualquier hora del día, frente a los ojos de muchísimas personas y que incluso puede suceder en un parque. Podemos comprarnos la idea de que las infancias están felices y protegidas, pero realmente no lo están. 

Buscamos incidir en la manera que nos organizamos, sobre todo en la cuestión de la autodefensa, porque nos dimos cuenta que se requiere una reeducación social. Mientras eso sucede, no podemos poner nuestra vida en riesgo. Por eso es momento de comenzar a dejar de vernos como víctimas y empezar a construirnos como mujeres capaces de defendernos, de no dejarnos de nadie. Para ello hay que validar herramientas, compartirlas y cambiar la realidad de futuras generaciones. Tenemos que darle a las niñas herramientas para que aprendan y reconozcan que las violencias normalizadas no están bien, que nadie tiene derecho a violentarlas.

Entre esos testimonios, el tuyo. Quisiste compartirlo. 

Tal como lo comparto en el documental, me tardé 25 años en darme cuenta de que fui víctima de esa violencia y otras. Desperté a través del enojo. Me dio coraje asimilarlo. Me cuestioné si era tonta como para no haberlo notado. Y no, no es que sea tonta, es que crecí con la idea de que eso era normal. La normalización que existe hacia estas agresiones y crímenes es de tal magnitud que tú como víctima te consideras culpable. 

Pareciera que el acoso sexual callejero y el abuso sexual callejero no tienen ningún impacto después. ¡Por supuesto que lo tiene! Limita el espacio público, por ejemplo. Condiciona otros derechos como el acceso a la educación, al goce, a la recreación, al trabajo. Se ve afectada tu sexualidad porque después no sabes cómo relacionarte con otras personas. Psicológicamente te vulnera y repercute en tu manera de interactuar con los entornos en que te desenvuelves.

Uno de los temas que se desprenden de esos testimonios es la culpa hacia la madre por no defender a sus hijas. Hablamos de familias en las cuales no existe el padre, que es otra herida que se asoma en el documental: somos una nación de madres solas, de ausencias paternas. 

Es increíble cómo este sistema opresor y patriarcal ha conseguido que entre nosotras las mujeres nos culpemos unas a otras sobre las violencias que se han ejercido en nuestra contra. Nos hemos convertido en personas muy duras con nosotras mismas por no saber defendernos, o por no poder actuar como quisiéramos. Es muy difícil romper eso. Es vergonzoso notar cómo solemos revictimizarnos en estos procesos. Se nos olvida que hay un agresor que es responsable. Se nos olvida que hay un Estado que no es responsable en brindar y poner en práctica las acciones necesarias para combatir y contrarrestar estas violencias. Por el contrario, creo que no tiene ningún interés en hacerlo.

¿Dónde están los hombres? Ya no digamos los padres, sino los hombres en general. ¿Se cuestionan acerca de estas violencias? ¿Cómo han sido educados para cuestionárselo o no? Con el documental mantuve retroalimentación con muchos hombres para saber qué reacción tenían. Varios se dieron cuenta que han sido acosadores en algún momento de su vida y lo reconocieron. Crecieron con el aprendizaje de que eso era normal, ya fuera porque lo hicieran en grupo o siendo adolescentes, es decir, actuaban en función de lo que aprendieron en un hogar, una escuela y una sociedad. Así les enseñaron que debía ser el trato hacia la mujer.

Urge transformar el comportamiento. Este documental, como otros más, tienen también la intención de que nos hagamos preguntas individuales, preguntas colectivas y entablar el diálogo. Es importante hacerlo porque vivimos en un país regido por una educación machista. Es evidente la diferenciación que existe entre la forma de educar a un hombre y la forma de educar a una mujer. Tenemos que cuestionarnos eso. No se trata de hacer una guerra, sino construir un diálogo para asumir realidades con el propósito de ayudar a las futuras generaciones.

Patricia, desde el inicio hasta el final de Ahora que estamos juntas, te entregaste a descubrir, a dejarte sorprender constantemente por todas las mujeres que aparecen en pantalla. ¿Qué aprendiste a lo largo de este proceso? Y eso implica la exhibición del documental en un festival como el de Morelia.

Uf, me cambió la vida por completo. Desde la parte del proceso creativo comprendí que no podía hacer cine sola. Es un proyecto independiente que se construyó con la voluntad de muchísimas mujeres que apoyaron sabiendo que no había recursos para retribuir su esfuerzo. 

Aprendí que es importante generar vínculos con otras mujeres. Si bien en pantalla se ven bastantes, hubo muchas más en el camino de hacer la película. Y esos vínculos se establecen desde brindar tiempo sincero para escuchar sus historias. En algunos casos hubo que hacer acompañamiento. Ese acompañamiento fue posible gracias al respaldo de otras mujeres. Como consecuencia, en un efecto natural, surgió la retroalimentación para compartir experiencias, convivir, disentir y hallar unión. 

Respecto al tema que abordo, he de decir que al principio había una distancia entre mi faceta de investigadora y el tema en sí. Comencé investigando, informándome. Recolecté datos, pero no pasaban de ser eso. En cuanto empecé a involucrarme en los testimonios, vidas y emociones de las mujeres que me permitieron explorar el acoso, me di cuenta que la historia me pedía enfocarme en ellas. 

Habrá quien crea que es un documental de mujeres para mujeres. Me parece que es una película pensada también para los hombres. ¿Es así?

Sí, claro. Los hombres no pueden ni deben estar exentos o al margen. Tienen que incomodarse, reflexionar, pensar, dialogar y proponer. Hay una apuesta para que las próximas generaciones tengan una realidad muy distinta a la que nosotras tenemos. En eso tiene que ver la actuación del hombre, mayor aún si tomamos en cuenta que hay padres que no quieren eso para sus hijas. Los hombres tienen ante sí una oportunidad para romper con una educación machista y de violencias normalizadas. Un primer paso es asomarse y reconocer qué tipo de violencia ejerce, erradicarla y transformar su conducta. Eso es posible.

¿Podemos asumir que Ahora que estamos juntas es además un ofrecimiento de disculpas a las mujeres de generaciones anteriores que no supieron cómo defender a las que vinieron después?

Definitivamente sí, es una petición de perdón. Es pedir perdón a esas generaciones de mujeres que con lo que pudieron y tuvieron al alcance intentaron defendernos. De alguna u otra manera nos abrieron el camino para hacernos reaccionar y ver cómo fueron víctimas de una normalización más terrible de la que actualmente padecemos. Las herramientas que hoy tenemos, pocas o muchas, son por ellas. 

Tenemos que valorar con empatía, si no es que hasta con amor, a esas mujeres que no tuvieron acceso a las posibilidades que en la actualidad poseemos para no dejarnos. Me parece que hemos sido duras en juzgarlas sin comprender los contextos tan hostiles que enfrentaron.