Durante su periodo de exhibición en salas de cine, se habló poco de ella. De hecho, casi nada. Las redes sociales estuvieron tranquilas con críticas positivas o negativas a la película. Mucho tuvieron que ver las restricciones sanitarias establecidas para que el público decidiera no salir de casa y verla en pantalla grande. Pero ahora que ha llegado a Netflix, ¡arde Troya!, para bien y para mal. Las opiniones acerca de La diosa del asfalto han caído en extremos: o la aman, o la odian. 

A partir del 11 de agosto, fecha en que la plataforma de streaming lanzó la película, las reacciones no se han hecho esperar. Lo cierto es que no ha sido indiferente, al grado de que se vive un fenómeno similar al que se vivió con Ya no estoy aquí, de Fernando Frías. Desde gente que la valora por los temas que retrata la historia hasta personas que la consideran un capítulo extenso de La rosa de Guadalupe, los comentarios son opuestos pero no cesan.

¿A qué se debe esa polarización de gustos y percepciones? ¿Qué tiene La diosa del asfalto para generar esas apreciaciones tan diferentes? Un primer punto a tratar es el acercamiento y la reivindicación con el cine popular mexicano que se hizo en la década de los ochenta y principios de los noventa.“Con el guion de La Diosa del asfalto vi una posibilidad abierta y clara de hacer una suerte de reconocimiento a ese cine. Pienso que hay realizadores y artesanos de aquella época con muchos valores en varios niveles para contar las historias. Me interesaba citar aspectos formales que me interesaban de esos directores, tales como planos holandeses, cámara en mano”, comenta el director Julián Hernández.

 

Con base en ello, se desprenden tres vertientes para aceptar o rechazar la película: el prejuicio hacia ese tipo de cine, el gusto hacia ese tipo de cine y el desconocimiento acerca de ese tipo de cine. En este sentido, el realizador subraya que La diosa del asfalto asume el riesgo de no caer en la explotación o violencia fácil que identificaron a referencias que emplea en este trabajo, tales como Perro callejero, Ratas de la ciudad y Violación; la expectativa de un sector era posiblemente aguardar más agresividad en las acciones de los personajes femeninos, especialmente por tratarse de una banda (las Castradoras de Santa Fe) que fue noticia de publicaciones amarillistas por castrar violadores.

“Debo reconocer que es una película muy local, demasiado urbana. No es como mis otras películas que apelaban a algo mucho más universal”, refiere Hernández acerca de la distancia espacial que pueden sentir personas que radican fuera de la Ciudad de México, e incluso capitalinos que no tienen afinidad con el lado marginal de Santa Fe, una zona que ha sido despreciada desde antes que existieran los lujosos edificios que engalanan la periferia.  

Y en ese rubro de la marginación urbana, el lenguaje juega un papel preponderante. A efectos de la aceptación o rechazo que existe hacia su dirección por lo concerniente a los diálogos, Julián comparte que se avocó al guion cien por ciento, no obstante reconoce que se equivocó en descuidar la pronunciación.

“Respeté el guion de Susana Quiroz e Inés Morales, quienes formaron parte de la banda original de ‘las Castradoras’ y que aún hoy siguen hablando de la misma manera. A lo mejor hay errores en la entonación, y eso puedo reconocerlo. Algunas actrices no lo dominaron tanto como lo dominan Mabel Cadena y la Carcacha (Nelly González), por lo que les costó más trabajo tener esa énfasis como lo es en la realidad”, indica a Spoiler en torno a las observaciones en redes sociales de que los diálogos se escuchan forzados y no corresponden al argot barrial empleado hace 40 años.

Mientras los detractores argumentan elitismo, racismo y machismo en su forma de mostrar a las cinco protagonistas de la banda y sus atmósferas, simpatizantes de la película arguyen que la obra cimbra por evidenciar los entornos violentos en que crecen las chicas, la miseria que abunda en el lugar que les tocó vivir y el abuso policiaco en contra de ellas. De la mano de este debate, la controversia igualmente apunta a la castración que se muestra en pantalla. 

“Hay una cuestión muy singular y que ha causado mucho conflicto, la castración. A mí me parecía un exceso, innecesario, porque prefería la violencia fuera de cuadro y que se entendiera según el contexto, pero a las guionistas les molestó que no filmara esa escena. Se enojaron porque decían que sin escena la película no era la misma película que escribieron y querían contar. Para ellas era fundamental ese acto. Lo comprendí y lo filmé”, precisa.

La música tampoco se salva de la polémica. Criterios manifiestan que es un soundtrack soso, sin alma, fresa y bobo por incluir a Estela Núñez con Cuéntame. En contraparte, los melómanos distinguen como un acierto la inclusión de José José y Baby Bátiz, quien aparece en la película y fue una cantante muy idolatrada por las pandillas de aquellos años. “Siempre me gustó la voz de Baby Bátiz, canta impresionante. Me pareció que era la oportunidad de hacerle un reconocimiento. Y todos en el set estaban felices de verla, de escucharla”, matiza el realizador.

Así, amada u odiada, La diosa del asfalto despierta debates sobre diversos temas que los propios espectadores ponen sobre la mesa, además de brindar una amplitud fílmica en la Ciudad de México, urbe señalada de concentrar la mayoría de sus historias y producciones en colonias como Condesa y Roma, es decir, sitios que no “afean” a la ciudad ni a sus habitantes.