-Ese actor es buenísimo. Sale en muchas películas. 

-Sí, yo también lo he visto en varias. Es un actorazo el señor.

-¿Cómo se llama?

-No sé, fíjate.

La pregunta es recurrente cuando se habla de él tras haberlo visto en una de las más de cien películas que participó. Pero de esa extensa filmografía, dos son los títulos específicos que generan conversación acerca de sus actuaciones y los personajes que interpreta: Macario, de Roberto Gavaldón, y Canoa, de Felipe Cazals.

Metidos en la piel y la entraña de todo mexicano, ambos filmes continúan siendo vistos por el público. Hasta la fecha producen una nueva lectura o un nuevo aporte en el espectador. Pero un punto que tienen en común es el nombre de Enrique Lucero en los créditos del reparto. Sin embargo, a pesar de que ahí figura entre los protagónicos, mucha gente sigue sin saber cómo se llama el actor que personifica a La muerte que departe guajolote con Macario, mismo histrión que da vida al odiado sacerdote que provoca bilis por incitar al linchamiento de estudiantes.

 

En el caso de Canoa, dados los acontecimientos violentos actuales en algunas regiones del país, la película se siente vigente por el retrato de la brutalidad que se ejerce contra determinados grupos de personas, así como por la influencia que tienen líderes al amparo de una investidura y aprovechándose de la ignorancia de una comunidad. Gran parte de ese impacto se debe a la interpretación de Lucero como el señor cura.

Con un corte de cabello tipo militar y gafas oscuras, el actor imprimió rasgos siniestros al sacerdote que domina la voluntad de los pobladores de Canoa, Puebla. A diferencia de otros representantes de la Iglesia católica en el cine mexicano, el cura de Enrique Lucero no pasa de largo para las emociones de las cinéfilas y los cinéfilos debido a su perversidad disfrazada de bondad que tiene como colofón la barbarie moldeada a partir de la palabra de Dios. 

La reacción de malestar y aversión que suscita Lucero con su papel de clérigo en Canoa contrasta con el efecto que causa en su rol de La muerte en Macario. El público le quiere, no tanto como a Macario, pero le quiere. Con vestimenta indígena y un tono suave en sus palabras, el actor propicia simpatía por su buen trato al campesino que desea comerse un guajolote sin compartirlo con nadie. También se convirtió en una imagen perdurable e icónica al mostrar en una gruta cómo centenares de velas encendidas son en realidad vidas humanas.

 

Pero Enrique Lucero hizo más, mucho más. Una de sus principales virtudes como actor fue absorber por completo los oficios que desarrollaban sus personajes, por lo que se dedicaba a aprenderlos y hacer más veraces sus papeles de acorde a las historias que se contaban. Muestra de ello fue en Ángel del barrio, donde interpreta a Patada, un exboxeador atormentado por haber asesinado en el ring a un rival y en su desdicha se gana la vida como globero; se puede observar en el filme los conocimientos adquiridos en box y en elaboración de adornos para globos.

Desde el cine de la época de oro al cine popular de acción de los ochenta supo mantenerse en producciones cinematográficas como uno de los mejores actores de reparto que ha tenido nuestro país. Supo esquivar el llamado “cine de ficheras” en una etapa que orilló a muchos de sus compañeros de la vieja guardia a participar con pequeñas apariciones, situación que contrastaba con lo que habían sido sus trayectorias. 

Si bien es cierto que para muchos es y será reconocido como el actor que hizo a La muerte más célebre y al sacerdote más odiado de la historia fílmica nacional, también lo es que tuvo y tiene nombre. Ya es cuestión de cada conversación mencionarlo, pero muy probable es que se pronuncie con claridad por parte de aquella persona que vea nuevamente Canoa y se llene de ira al escuchar el discurso con que da pauta al linchamiento: “Ahora ya no vendrán sólo a ver. Vienen a matarme para poder poner su bandera. Vienen a quemar al príncipe San Miguel…”.