Hay películas que tienen la cualidad de ser disfrutables después de verse una, dos o más veces. Entre ellas puede mencionarse Cosas que no hacemos, de Bruno Santamaría, que se reestrena este 25 de junio en salas de cine luego de haber tenido una gran recepción en plataformas de streaming durante la pandemia, esto debido a que fueron los medios al alcance para exhibirse como consecuencia de las restricciones sanitarias.

La experiencia no será la misma para quien la vio desde casa que acudir a una sala para verla en pantalla grande, mucho menos cuando este documental en sí concede la oportunidad de ser apreciado desde distintas lecturas, como puede ser el descubrimiento de un México real y similar al País de Nunca Jamás o una introducción a la nostalgia de la niñez, etapa de la vida que desde una perspectiva adulta puede tocar fibras sensibles del arrepentimiento por aquellas cosas que no hicimos, o tuvimos que dejar de hacer porque quisimos o debimos ser grandes.

 

A nivel internacional, Cosas que no hacemos ha sido galardonada en festivales y reconocida no solamente por la historia, sino por la sensibilidad con que es contada, principalmente en secuencias que trasladan al espectador a decisiones trascendentales en la vida de un chico como Arturo, quien decide confesar su identidad sexual a la familia. 

“Críticos y prensa están agradecidos con Dayanara (Arturo) por permitirles vivir un momento tan especial como lo que se vive en esa cocina. Muchas personas han dicho que no habían visto en el cine una secuencia real donde alguien viviera ese instante tan importante en su vida, que es pedirle permiso a tus padres para ser quien tú quieres ser en la vida. Ese silencio y esa espera de la respuesta por parte de la autoridad, de los padres, está confrontando”, comenta Bruno Santamaría en entrevista exclusiva con Spoiler.

Y es que a Arturo, a diferencia de otros niños, le gusta vestirse con tacones, usar vestido, ser y sentirse Dayanara. Pero necesita decírselo a sus papás para liberarse, más aún cuando se aproxima a la edad adulta, ese periodo de vida que parece inexistente en El Roblito, poblado ubicado en Nayarit donde la infancia predomina y se disfruta al máximo mientras dura.

“En esta comunidad hay una niñez alegre, feliz, con muy poco celular. Hay una especie de idilio con la niñez. El problema muy grande es que la niñez se acaba rápido, es decir, casi no hay adolescentes en el pueblo, ni lo que viene, porque se van a trabajar desde los 12 años, o empiezan a migrar, o se van a los campamentos de pesca, o muchas chicas empiezan a ser mamás”, describe Santamaría acerca del complejo adiós a la infancia en este rincón mexicano.

Cosas que no hacemos

Cosas que no hacemos

La respuesta que quiere Arturo de sus padres se escucha en la película, con lo que envuelve el cumplimiento de hacer una cosa que no se reprimió, en este caso decir quién es, y así proceder a hacer otra cosa en su transición de libertad: ser Dayanara. Pero ese acto posterior con su identidad revelada, ya en la madurez de su edad, ocurre fuera de cámara, a la distancia del tiempo en que se filmó el documental.

Dayanara migró a Tijuana para laborar en una maquila. En esa nueva realidad social, cultural y laboral, ha debido vestir como hombre del trabajo a la casa y de la casa al trabajo por el riesgo que implica ser trans en la ciudad fronteriza. 

 

“Me contó una serie de cosas que pienso que complejiza más la película, que complejiza más la relación que tiene el mundo de una chica trans como Dayanara, pero en el cine pasa que lo que vivimos fue un encuentro, y el encuentro a veces es un poco azaroso, y está determinado por un tiempo. Yo pude acompañar a Dayanara en el secreto, en el silencio, hasta que dio su primer paso para hablar, para confrontar a sus padres”, detalla el director sobre la comprensión actual que da a Cosas que no hacemos con relación a la historia que se preserva en el documental en función de su protagonista.

La secuencia de la cocina, que sirve como catalizador, es apenas el prólogo de una vida que se puso en marcha más allá del final que nos muestra la pantalla. Y es que terminado el documental, Dayanara se vistió de mujer para acudir a la celebración del Día de las Madres en El Roblito, hecho que indignó a su padre al grado de correrle del hogar, sin embargo, a las dos semanas, el señor se arrepintió y le concedió volver, además de sorprenderle con un impensable obsequio: un vestido. 

Cosas que no hacemos

Cosas que no hacemos