Si nos ponemos estrictos, el inicio de su trayectoria como actor de cine fue con la pronunciación de “oiga, titiritero” en Los jinetes de la bruja (1966). Pero ese par de palabras son un pequeño prólogo de su gran presentación como estrella en esa misma película. Bueno, él no sabía que estaba por convertirse en una de las glorias cinematográficas de México cuando su personaje como jefe de los maleantes gritó lo siguiente: “Cállese, muñeco maldito”.

Esa frase exasperada dirigida a un títere fue el comienzo de una prolífica carrera en la industria cinematográfica. Haber personificado a un villano sin nombre, con escasos diálogos y rostro mal encachado, le abrió las puertas de un universo al que entró por accidente con 44 años de edad encima. Sin duda, un caso extraordinario.

Mientras que muchos jóvenes actores de la época empezaban mostrándose en teatro para darse a conocer, o bien aceptando papeles de relleno en algunas películas para introducirse poco a poco al cine, Mario Almada fue tocado por la diosa fortuna para convertirse en un estelar de la pantalla grande a una edad poco común. Y todo fue circunstancial.

Debido a que Bruno Rey sufrió un accidente que le impedía tener actividad y se había agotado el presupuesto para contratar a un actor de su talla, Fernando Almada le propuso a su hermano salir a cuadro. Don Mario aceptó bajo la condición de decir menos parlamentos de los que se escribieron para Rey porque no se los iba a aprender y porque su personaje solamente exigía dispararle a unos títeres.

Nunca imaginó que eso sería suficiente para sorprender a propios y extraños. Carlos Savage, editor de Los jinetes de la bruja, le recomendó continuar como actor de cine porque tenía porte atractivo y voz agradable para el público. Haciéndole caso, Mario Almada encontró acomodo en el western nacional, género donde se catapultó como imán de taquilla.

Por si fuera poco, como si los astros se hubieran alineado a su favor, apareció el género de acción en su camino. Allí terminó de encumbrarse. Identificado como un justiciero, se consolidó como héroe atípico porque no era galán, carecía de musculatura y repartía balazos con más de 60 años. Combatió contra narcotraficantes, asaltabancos, demonios, punks, tráilers asesinos, federativos de futbol y miembros de sectas satánicas. Lo único que le faltó fue pelear contra sí mismo.

Murió dejando un legado con más de 350 títulos en su haber, una cantidad bastante considerable para un hombre que se transformó en actor de forma fortuita por culpa de un títere al que debió gritarle en Los jinetes de la bruja.