Si usted googlea acerca de esta película y busca cómo fue recibida en el año de su estreno, se encontrará con que fue duramente criticada por ser percibida como una burla hacia los exiliados chilenos tras el golpe de Estado perpetrado por Augusto Pinochet contra el gobierno de Salvador Allende. Hubo quienes incluso la tildaron de propaganda pinochetista.
Quizá no era una película para esa época y sí para la nuestra. Puede decirse que envejeció bien, o que Ruiz fue un adelantado a su tiempo. Me permito compartir que al término de la función en la sala José Revueltas del Centro Cultural Universitario, por ejemplo, una pareja comenzó a comentarla en cuanto aparecieron los créditos finales. A ambos les gustó mucho. Fue ella quien pronunció una opinión contundente: “Es lo que estamos viviendo ahorita”. Y tiene razón.
Mucha gente ha tenido que abandonar su país de origen por distintos motivos. Varios de nosotros hemos conocido a una de esas personas, escuchado su testimonio, o en su defecto hemos sido uno de ellos. ¿Cómo se puede vivir en una nación ajena tras huir del caos, miedo e incertidumbre que impera en la tuya? Como sea, pero es mejor cuando se hace en compañía de compatriotas. He ahí uno de los rasgos que muestra Ruiz teniendo como excusa la trama del secuestro de un cantante andino a manos de exiliados chilenos en París y al que pretenden educar por su nula conciencia política.
En las secuencias iniciales de la película vemos a un argelino que intenta adivinar la nacionalidad de un chileno sin tener idea de que existe América Latina, a un grupo de chilenos hablándose en francés por la costumbre de emplear el idioma galo, a un diplomático hablando en francés sin permitirle el habla a un chileno que lo visita. Todas estas viñetas reflejan la negación del origen, la lengua y el motivo que vive un exiliado, ya sea por decisión propia o por el trato que recibe de los demás. ¿Nos suena familiar? Esa negación asumida o impuesta nos identifica en el trato que reciben los mexicanos en Estados Unidos y en el trato que damos los mexicanos a los centroamericanos que cruzan a nuestro país.
Los diálogos que mantienen los exiliados de Ruiz y que incomodaron en su época, hoy son tan actuales y universales que sin importar el idioma son el mismo lenguaje entre miles de ciudadanos del mundo. Cierto, en México no hemos padecido un golpe de Estado (ni queremos), pero sabemos lo que es vivir sin libertad a disfrutar la tranquilidad como consecuencia de la violencia que nos gobierna por encima de cualquier autoridad. Si se puede huir de sus tentáculos a otro país, adelante. Quien así lo decida, tristemente, no será el primero ni el último que lo haga mientras dure su imposición.