En la película Blue Sky se observa a Hank Marshall (Tommy Lee Jones) tomándose un tiempo de su tensa vida como oficial del ejército para jugar canicas con su hija Becky Marshall (Anna Klemp) y así contrarrestar  por un instante los efectos de la crisis que padecen como familia debido a la depresión de Carly (Jessica Lange).

El filme es de 1994, año en que resultaba extraño ver en pantalla el juego de canicas, que para entonces se encontraba en extinción dentro de las grandes ciudades y algunas regiones rurales. Pero la historia está ambientada en la década de los sesenta, periodo en que servía como un entretenimiento para practicarse incluso en alfombras.

 

Para 2003, en México, el director Carlos Salces estrenó Zurdo, una película cuya trama se centra en el juego de canicas, principalmente en el marco del universo infantil. Su apuesta fue una versión moderna de esta diversión clásica que de forma inevitable remonta a la nostalgia del gran escaparate que fue para niñas y niños que crecieron entre tierra o zonas urbanas todavía no gentrificadas.

Tales guiños cinematográficos al juego de niños que actualmente la tierra extraña remontan a una de las canciones que compuso y cantó Chava Flores para preservar en la cultura popular lo divertido que son las canicas, Pichicuás y Cupertino. Lo hizo a través de una letra alegre que narra cómo es una reta; el cantautor recurre a una mezcla perfecta que explica las reglas y cuál era el argot empleado por los mexicanos durante los años cincuenta.

Sin embargo, detrás de la alegría y folclore que transmite y cuenta su canción, hay una tragedia como motivación. En su libro Relatos de mi barrio, Chava Flores detalla que rinde homenaje a Raúl ‘Pichicuás’ Mercado, amigo de su infancia con quien iba a jugar canicas en un terreno baldío al salir de la escuela pero que murió atropellado por un auto que iba a exceso de velocidad. 

La reta que disputan Pichicuás y Cupertino en la ficción se convirtió en un testimonio del juego que poco a poco ha desaparecido en distintos territorios. Mientras que en algunos lugares es prácticamente inexistente, estados como Chiapas en México y países como Palestina llegan a ofrecer imágenes de pequeños entreteniéndose con las canicas, por lo que su resistencia a la desaparición se mantiene en pie gracias a la niñez, o mejor dicho a un Pichicuás y un Cupertino con “una raya y un hoyito que pintaron en el suelo del solar”.