Lucio (Juan Minujín) es un escritor que ha perdido un concurso literario y acepta impartir la clase de literatura como maestro suplente en una preparatoria ubicada en la periferia de Buenos Aires. En su nuevo trabajo tendrá que hacer un gran esfuerzo para ganarse la confianza de sus alumnos, pero su intento de relacionarse con los chicos sufre una reacción especial cuando la gendarmería ingresa a la escuela para una redada con motivo de detectar drogas. Uno de los alumnos es detenido y otro debe esconderse para evitar la venganza del capo local, ‘el Perro’ Olmos.

El director argentino Diego Lerman presentó El suplente en la Cineteca Nacional como parte del estreno que tendrá la película en cines mexicanos a partir del 26 de enero. En Spoiler tuvimos la oportunidad de conversar con él sobre su nuevo proyecto, mismo que llegó a Netflix en Argentina. 

 

Entrevista con Diego Lerman, director de El suplente

Vemos que hay narcomenudeo en la zona donde se ubica la escuela y que trasciende a las aulas escolares. Estamos hablando de un territorio conquistado por el crimen organizado. Pero no vemos muertes, no vemos violencia explícita que seguro existe. ¿Por qué decidiste no mostrar o evitar eso? 

Para mí era más fuerte si eso (el crimen organizado) estaba fuera de campo. Pese a mostrar la intrusión de la gendarmería en la escuela y posteriormente al narco en un baño, quería que esa presencia quedara en el trasfondo y enfocarme en el contexto del maestro con sus alumnos y su familia. No es que no me parezca importante. Simplemente quise que el crimen fuera parte del paisaje y no focalizar su relevancia en esta historia que atiende otro aspecto que es el maestro.

Un maestro que en su inconsciente, o consciente, vive en la negación de aceptar que su hija tiene 12 años. Él insiste en verla de 11. ¿Ese rechazo a la adolescencia de su hija no es contradictorio en la búsqueda de aceptación por parte de sus alumnos adolescentes?

La hija del personaje es mi hija en la vida real. Los que somos padres comenzamos a verlos crecer y reparamos en esa edad en la cual hay una transición para pasar de ser dependientes a seres autónomos con otras ideas, con otras visiones del mundo. Transitar de la infancia a la adolescencia es una bisagra difícil de aceptar, pero que como padres nos toca acompañar. En el caso de Lucio, el maestro, tiene que aceptar que su hija ya no es una niña y que desea un colegio diferente al que él quiere para ella. Pasa eso, que como padre no acepta esa transición.

Hay una escena en la que vemos a la hija mostrándole a Lucio cómo es la posición correcta de una pintura a la que ella interpreta de forma concreta cuando él le daba un significado abstracto. ¿Es una manera de decirnos que nos hemos olvidado de escuchar a las nuevas generaciones?

Esa escena se improvisó. El cuadro lo pintó mi hija y jugaba con ella en el set a adivinar qué era. Ese juego me llevó a plantearlo como un ejercicio en escena para ver cómo Lucio reaccionaba al hecho de que la niña era capaz de ver el mundo de distinta manera y mucho más entendible que como lo ve él. Decidí grabarlo. Fue en el montaje que me incliné por añadirla a la edición final porque dotaba de mayor sentido la relación del maestro con el universo juvenil del salón de clases.

A través de los textos que los alumnos escriben, el maestro y el espectador se enteran de que algunos sufren violencia intrafamiliar o padecen situaciones desagradables en sus hogares. ¿Por qué tomaste la decisión de tampoco mostrar esos problemas para la construcción de la relación entre Lucio y su alumnado?

Una de las dificultades que tuvo este proyecto fue saber qué mostrar y qué no. Se evaluó durante la investigación, en las distintas revisiones del guion. Para mí lo importante era atender el eje del valor de la educación, exaltar a la figura de un maestro como Lucio impartiendo clases en esos márgenes sociales y la relación escolar. Parte del trabajo de la película era entender un universo, comprenderlo, y elegir lo que debía mostrarse. Con esa premisa definida determinamos qué era lo que no debía mostrarse.

Una forma de resolver la presencia de un narco como ‘el Perro’ Olmos fue mediante la aparición de perros callejeros. Un lenguaje simbólico. ¿Lo pensaste así desde un principio o esos perros aparecieron en la grabación?

Algo que me gusta al filmar es integrar los elementos del entorno donde estoy filmando. Esos perros andaban ahí y quise integrarlos como parte de ese lugar. Yo vi a los perros jugando y rápidamente armé con el director de fotografía un plan para incorporarlos. Estaban ahí. Le convenían a la película. 

¿Dónde está parado hoy el cine argentino? ¿En qué momento se encuentra? Hacia el exterior, se percibe que atraviesa una buena etapa en producciones y propuestas. 

El cine argentino es muy vital. Hay mucha gente que hace cine. Somos varios los que llevamos más de 20 años haciéndolo. Algunos somos parte de una generación que comenzó a hacer cine en el siglo XXI, a partir del año 2000. Hay generaciones nuevas que traen ideas frescas. Por otra parte, se trata de una industria que todo el tiempo está en crisis. La manera de financiar es complicada, difícil. En contraste, Argentina tiene talento y diversidad para hacer buenas películas, pero la situación económica del país no es tan buena. Lo que sobra son miradas artísticas, talentos actorales, talentos técnicos. Lo que nos falta son recursos. Por eso seguimos haciendo cine con los medios que tenemos al alcance o a través de coproducciones. Urge una financiación que acompañe de forma estable la energía y la creatividad de nuestra cinematografía.