De forma inexplicable, un conquistador español aparece en las costas de Veracruz. Vestido con prendas y armadura del siglo XVI, este hombre se queda atónito en cuanto ve pasar una cuatrimoto frente a él. Sin entenderlo del todo, confundido por lo que sus ojos le muestran, comprende que está en una época distinta a la suya.

Para dimensionar con claridad qué sucede y hallar una respuesta lógica a esa clara sensación de atemporalidad, él toma la decisión de emprender la misma ruta que siguió con Hernán Cortés desde el territorio veracruzano hasta Tenochtitlan, hoy Ciudad de México. ¿Es un sueño, viajó en el tiempo o qué pasó? Quiere darse esa respuesta.

 

Conforme recorre su ruta, el conquistador empieza a escuchar a la gente que se topa en el trayecto. Esas personas le comparten historias y testimonios acerca de las realidades que viven en la actualidad, es decir, en el siglo XXI. Objetos, lugares, construcciones y ropa, le hacen saber que está en el futuro, en su futuro, y nuestro presente. Pero las atrocidades que oye, le indican que entre el pasado y el mundo actual no ha transcurrido el tiempo. 

Periodistas y activistas asesinados, desaparecidos, feminicidios, xenofobia, impunidad para el crimen, son los temas que el conquistador recolecta mediante relatos en su travesía. A la par, él también empieza a recordar y contar todo aquello que hizo junto a sus compañeros durante la Conquista.

Su arribo a Tenochtitlán, 499 años después de su caída, le genera todavía más preguntas que certezas. Encontrándose un sucio pedazo de espejo roto, el hombre se mira a través de él para darnos una metáfora: el horror de la historia observándose en el horror del presente. La única diferencia es que ahora no son los españoles y la imposición religiosa nuestros verdugos, sino los propios mexicanos mediante la paulatina extinción de su humanización y la perpetuidad de gobiernos corruptos e impunes que actúan en contra del pueblo y a favor de la decadencia.

499 es un docuficción con una propuesta creativa y arriesgada pero bien lograda. Respaldado por la extraordinaria fotografía de Alejandro Mejía, así como de un guión punzante escrito en colaboración con Lorena Padilla, el director Rodrigo Reyes nos ofrece, además de una película, una lección para cuestionarnos o reafirmarnos que de los errores de la historia poco aprendemos. Por el contrario, los mejoramos en nuestro propio detrimento.

 

Mención aparte a la actuación de Eduardo San Juan, quien interpreta al conquistador haciéndonos parte de la confusión, asombro y reflexión que experimenta su personaje en su camino a Tenochtitlan.