Una madre trajo a sus dos hijos pequeños a la función. Se sentaron dos filas debajo de mí. Al parecer la mujer les platicó bastante sobre esta película dirigida por Steven Spielberg porque hubo entusiasmo desde que llegaron y lo conservan hasta este momento en que ha terminado. También procesan en familia y en lo individual sus emociones ante la experiencia vivida con el extraterrestre más querido que ha dado el cine.
A lo largo del filme se rieron, se divirtieron, pero igualmente sufrieron hacia el final. Son los niños quienes más han llamado la atención de algunos espectadores que estamos aquí. Un señor de aproximadamente 50 años, quien se instaló en las primeras filas, abandona la sala conmovido, mirándolos con gusto. Quizá se refleja en ellos porque perteneció a la generación que vio a E.T. en pantalla grande durante su año de estreno en México.
Contrario a lo que puede ocurrir en otro tipo de funciones, nadie se alteró o enojó con las reacciones de los menores ante lo que les provocaba la historia que veían en pantalla. Cada secuencia de la aventura que vieron fue un campo de exploración para su sensibilidad. De igual forma lo fue para varios mayores. Hubo adultos que lloraron (lloramos, pues) y uno que otro acongojándose sin darse cuenta que lo hizo en voz alta con un “no” ante el miedo de que le hicieran daño al mejor amigo de Elliott.
“Güey, ¿ves? Los chavitos disfrutan este tipo de películas. Está padre que les den superhéroes, pero también que les den cosas así”, le comparte una chica a su acompañante, otra joven que le expresa estar fascinada por haber visto E.T. El extraterrestre en cine. Así como ella, casos similares de un público que conoció al personaje a través de la televisión y por primera vez lo ha contemplado en la sala oscura.
Salir de la sala es la creación de un universo aparte pero ligado al que ha arrojado la armonía emocional emanada de la pantalla: el acto de la conversación. La gente se dirige a su destino poniendo en práctica una de las grandes bondades que nos ofrece el llamado séptimo arte, y eso es platicar lo que vimos. Qué sentimos, qué pensamos y qué nos llevamos, concede la posibilidad de conocernos, de descubrirnos. Spielberg y su extraterrestre acompañan a adultos y pequeños rumbo a sus caminos 40 años después de haberse dado a conocer. Propician nuevas charlas entre generaciones distintas.
En términos concretos hubo dos niños frente a mí en la sala. Sin embargo, bajo la consideración del sinfín de manifestaciones emotivas que se registraron entre gestos, palabras y expresiones, la función estuvo repleta de infantes. E.T. El extraterrestre sigue tan vigente como hace cuatro décadas. Y eso se confirma en el encapsulamiento del tiempo al que muchos adultos recurrimos para dejarnos llevar por una historia que nos recuerda la importancia de sentir las películas.