Ellas tendrían que estar viendo el calendario para saber en qué día cae el cumpleaños de sus hijos, no para contar los días que llevan ausentes desde que fueron víctimas de desaparición forzada. Tampoco deberían cargar una pala para recorrer montes o desiertos y entregarse a jornadas extenuantes en la búsqueda de restos humanos que identifiquen a los desaparecidos. Pero lo hacen, tienen que hacerlo. De lo contrario, nadie lo haría. Y eso es desgarrador. Desgarra porque el país se ha cruzado de brazos ante su lucha.

Mientras que el crimen organizado les ha arrancado con vileza a sus seres amados para entretenerse con sus vidas, los gobiernos y las autoridades se hacen de la vista gorda para no actuar en consecuencia de lo que se supone es su responsabilidad. A eso se suma un gran sector de la sociedad que es indiferente a su tragedia porque ve lejano el horror que, contrario a lo que se piensa, cada vez es más cercano para cualquier familia mexicana. Son más de 100 mil desaparecidos en México, lo que se traduce en miles de madres que dejaron de tener sueño para ofrendar su desvelo permanente al coraje y la esperanza.

Con Te nombré en el silencio, el director José María Espinosa nos pone de frente a algunas de estas mamás, que en este caso son mujeres que integran la organización de Las Rastreadoras de El Fuerte. Se trata de la agrupación comunitaria de Sinaloa cuyas integrantes dedican cuerpo y alma a buscar tesoros en fosas clandestinas, llanos o basureros. Le llaman así, tesoros, a esas personas que no volvieron a su hogar y fueron asesinadas.

Es necesario verlas, conocerlas, pero lo más importante es sentirlas. Este documental les permite llorar, hablar. Compartir este desahogo es un canal que conecta de manera brutal con quien hasta ese momento desconocía su dolor. Una vez comprendida su causa, no se puede ser indiferente a ella. Su realidad es indeseable para cualquier madre.

Vivimos tiempos en los cuales un hijo se sienta a la mesa a comer y le pregunta a su mamá qué haría en caso de que él no volviera a casa. O a la inversa: madres diciéndoles a sus retoños que moverían cielo, mar y tierra si algún día no tuviera noticias de su paradero. Es cruel, triste que así suceda, pero son los diálogos que empiezan a construirse como consecuencia del terror que significan las desapariciones forzadas.

“No buscamos culpables, buscamos nuestros tesoros”, escuchamos pronunciar en Te nombré en el silencio. Esa frase, breve pero contundente, nos alecciona sobre la motivación de su lucha y el espíritu de su causa. De igual forma nos instruye a dimensionar su búsqueda desde el lado más enternecedor que protegen como madres que son, el amor por sus hijos, sus tesoros. Porque eso son, tesoros, una identidad que va mucho más allá de ser desaparecidos.