Josué (Joan Frank Charansonnet) vive atormentado entre su propia existencia y el cuidado de su hermano demente al que tiene encerrado bajo llave porque es peligroso. Lo único que hace para huir de esa decadente realidad es atender la tienda heredada por su padre, rezar y beber hasta perder noción de todo.
La decadencia en que se desenvuelve tiene como ambiente una enorme casa aislada en el bosque que no es nada acogedora. Luce sucia, descuidada, sin ningún indicio de ser un hogar. En tanto, la tienda es un espacio igual o más descuidado que su vivienda. Para nada se apetece comprar productos en ella. Es más, ni siquiera visitarla.
De forma paulatina esa casa nos evocará a La masacre de Texas (Tobe Hooper, 1974), tanto por la escenografía y la fotografía como por las situaciones que ocurren en su interior a partir de que el hermano se escapa una noche y comete una atrocidad para defender a Abigail (Patricia Bargalló), una prostituta que es amiga de Josué.
Cuerpos mutilados, putrefacción, hedor. Eso es lo que hallará el inspector (Miquel Sitjar) cuando acuda a la casa para investigar qué ha pasado con Josué luego de que éste le pidiera al cura Miguel (Joan Massotkleiner) su ayuda para controlar al hermano demente. Pero esos hallazgos son apenas una muestra de algo todavía más macabro que descubrirá Irene posteriormente.
Con todo el toque de cine independiente, el director Marc Carreté sostiene la película en las extraordinarias actuaciones de sus protagonistasy en el guion que él mismo escribió. Con pocos recursos frente a cámara, alejándose del susto fácil al que recurren varias películas de terror actuales, traza con paciencia primero la inquietud para pasar después a la tensión y luego al miedo. Para sumergir al espectador en esas atmósferas juega con fundidos a negro entre una secuencia y otra, logrando así generar impaciencia en el público por saber qué nuevo tormento se aproxima.
Durante ese recorrido el alcoholismo de Josué está presente en cada momento. Su adicción por la bebida es un elemento narrativo de gran peso por la relevancia que tiene como detalle informativo sobre el temor que emana, transmite y habita la casa. Tal es su importancia que el título de la película es un mensaje contundente.
A reserva del gusto o percepción de quien vea Lagunas, la guarida del diablo, el final es incómodo o inconveniente para la buena manufactura que trabaja Carreté a lo largo de toda la historia. Para que la experiencia sea de nervio puro al salir de la sala, lo mejor es suprimir de la memoria el desenlace planteado, quedándose así con un rato muy grato del gustoso sufrimiento que obsequian este tipo de tramas, es decir, la fascinación por aterrarse.