La figura más conocida y recordada de Enrique Rocha en historias diabólicas dentro de la cinematografía mexicana es su personaje de Luzbel en Satánico Pandemonium (1975), de Gilberto Martínez Solares. Personificó ni más ni menos que al mismísimo príncipe de las tinieblas, papel que se quedó grabado en la memoria colectiva tanto por lo controversial que fue el filme como por su seductora interpretación. Pero un año antes había dado vida a un adorador del diablo en Satanás de todos los horrores, título desconocido para un sector del público.

Dicha película se rescató del aparente anonimato para integrarla a la retrospectiva de Macabro XXI en homenaje al actor, fallecido en noviembre de 2021. De esta manera hubo oportunidad para que fuera vista por quienes no sabían de su existencia y así descubrieran un trabajo de Enrique Rocha en el cual compartió cuadro con uno de los grandes villanos del cine nacional, Carlos López Moctezuma.

 

En ese momento López Moctezuma era un hombre experimentado frente a la cámara pero trataba de adaptarse a la transición que implicaba dejar atrás la época de oro para incursionar en producciones con temáticas novedosas, ajenas a melodramas lacrimógenos y comedias rancheras que durante décadas sostuvieron a la industria y en las cuales participó con numerosas apariciones. Rocha, por su parte, empezaba a despuntar también su carrera en la televisión, medio en el que se consolidó por ser el malo en las tramas. 

 

En Satanás de todos los horrores ambos forman una dupla de gran manufactura histriónica para lo que demanda la puesta en escena. Cada uno con su característico rostro, penetrante mirada y voz inconfundible compaginan para ofrendar a Isabel Gerard (Illya Shanell) al demonio, algo que quiere impedir Roberto (Enrique Lizalde), su exnovio que la ha buscado para saber por qué lo dejó de forma tan abrupta y qué la obliga a estar recluida en la mansión de su familia.

Los Gerard son un linaje maldito. Todos sus miembros están condenados a la inmundicia. Para sobrellevar la terrible herencia de sus ancestros ladrones, asesinos, usureros e inmorales, Eric Gerard (Enrique Rocha) rinde devoción a Satanás porque Dios no es para todos ni para todas las causas. Le rinde culto en sociedad con Manuel (Carlos López Moctezuma) y desean que Isabel haga lo mismo, o en su defecto que sirva de ofrenda. 

Como Roberto es un intruso en sus planes, le hacen la vida imposible con malos tratos y temblores. Cansado de su terquedad por aferrarse al amor de Isabel, Eric le confiesa que la condena de sus consanguíneos también se extiende a la carne, por lo que sus cuerpos son terroríficos y putrefactos. Si Dios no pudo salvar su imagen y semejanza, el diablo habrá de ayudar a preservar esa obra olvidada por su antagonista.

Con esta adaptación a la mexicana de La caída de la casa Usher, cuento de Edgar Allan Poe, el director Julián Soler tiene en Enrique Rocha y Carlos López Moctezuma una complicidad que ejecuta y sostiene la maldad de sus personajes sin necesidad de aspavientos actorales. La naturalidad de sus cualidades fisiológicas combinada con sus estilos propios de transmitir con mínimos detalles dota de gran valor a la película. Pocas veces puede presumirse de haber unido a dos villanos de distintas generaciones en un género que con el paso de los años ha solido menospreciarse, o al que se le tiene miedo.