¿Qué es lo que quiere ver y sentir un fan de las películas de terror? Exacto, terror. O miedo. Pero en ocasiones es lo único de lo que carecen algunos títulos del género, quedándose entonces en un intento de contenido cuya intención es perturbar al espectador. Y eso es algo que puede notarse precisamente con Karem, la posesión.
Esta película mexicana llegó a cartelera para despedir 2021 e iniciar 2022. Se basa en el hecho real de una posesión demoníaca ocurrida en Durango durante 1983 y que tuvo como víctima a una menor de edad que se convirtió en una entidad malévola. Bueno, el traslado de este caso a la ficción es fallido.
Partamos de que entre los temas más usados y abusados para hacer cine de terror en las últimas dos décadas, se encuentran los exorcismos y las posesiones. Ambos han cansado al público porque los resultados en pantalla han sido decepcionantes. En lo concerniente a México, aquí nos topamos con un ejemplo de ello.
Una de las principales fallas que tiene Karem, la posesión es su recurrencia a clichés del género mal empleados en la narrativa de Harry Bedwell, el director. En lugar de contribuir al propósito de sugestionar al espectador, lo desgastan. Peor aún, hacen predecible la historia, es decir, se avisa de forma constante al público lo que va a pasar, impidiéndole así la opción de darle rienda suelta a su imaginación.
A eso se suman las actuaciones y los efectos especiales. En lo respectivo al trabajo actoral, Daniel Martínez y Dominika Paleta lucen planos, alejados de la trama, lo que bien puede denotar una debilidad del mismo guión. Raquel Rodríguez, quien interpreta a Karem, trata de hacer lo que puede con el peso que le depositan encima. Por otra parte, los efectos visuales tampoco colaboran en arrancar sustos porque da la impresión de ser metidos por la fuerza.
Así, después de haber incursionado en el género con Más negro que la noche (2014), un remake muy menor respecto a la obra de Carlos Enrique Taboada, Harry Bedwell se aventuró a buscar una vez más su acomodo en el terror, sin embargo, no con destacadas consecuencias.
Eso sí, Karem, la posesión, tiene sus puntos rescatables. Por ejemplo, la fotografía y el diseño de producción. Bedwell apostó por el cinefotógrafo Junichiro Hayashi (Ringu) para crear una atmósfera tétrica en locaciones duranguenses que se prestan de maravilla para una trama de este tipo. De hecho, la cámara lo logra en varios momentos, no obstante resalta como una bonita pintura en un lindo lugar sin sensaciones de fondo, pero no es culpa de Hayashi.