Isabel (Nailea Norvind) es una mujer de buena posición social que atraviesa un divorcio e intenta ayudar a María (Antonia Olivares) en la búsqueda de su hermana, quien ha sido reportada como desaparecida. Roberta (Aída Roa) es una policía local que investiga el caso y padece en el hogar un fuerte conflicto con su hijo porque éste se entusiasma con la idea de ser narco.

Son estas mujeres las encargadas de transitar en un microcosmos donde abundan preguntas e incertidumbres y pocas respuestas. Recorren también los caminos que la violencia ha impuesto: desapariciones, secuestro, muerte, impunidad, miedo. Las tres poseen rostros pétreos, inanimados. Parecen muertas en vida. A Isabel la consume la desidia; a María la angustia permanente; a Roberta la desesperanza.

La directora Natalia López Gallardo pone atención en la violencia y sus efectos para contar una historia desde el borde. La fatalidad del fenómeno violento en México lo narra en el contorno apoyándose en un gran trabajo de cámara para colocar al espectador en una posición de dilemas a partir de sus propias posturas respecto a los estragos del crimen en contextos que parecen lejanos pero no lo son.

Platicamos con ella en Spoiler acerca de la forma con que confeccionó Manto de gemas y su interés por este tema en particular.

Entrevista con Natalia López Gallardo, directora de Manto de gemas

A diferencia de otras películas que plantean su historia de manera directa y frontal mostrando la violencia que ejerce el crimen organizado, tú abordas ese horror de manera más introspectiva en función de las víctimas. ¿Por qué elegiste esa forma?

No fue una decisión que tomara de forma consciente. Se trató de una decisión tomada a partir de pequeñas decisiones que iban tomándose en los procesos que comprenden una película. Pero todo surge a partir de un deseo particular por contar una historia que tenía visualizada en el plano emocional.

La tragedia que vive México desde hace muchos años comencé a sentirla en el proceso de investigación como una gotera, como el espacio de humedad que está detrás de una casa, es decir, que es invisible pero ha dañado muros y estructuras. Quería transmitir esa violencia que no se ve y se siente, que sabemos que está ahí. También quería generar la sensación de miedo por vivir en un lugar que no tenía un proyecto común.

Me era necesario mostrar la complejidad de la realidad mexicana: nada es lo que parece. México es un país al que siempre hay que mirar dos veces, darle muchas lecturas, atravesar sus capas. Al investigar y hablar con la gente, me di cuenta que la violencia no siempre es un fenómeno al que puedes ver frente a frente o puedas enfrentar cara a cara, por lo que una opción es verla desde el contorno, abordarla de lado sin dejar de prestarle atención.

Para contar la película desde ese ángulo, me basé estrictamente en el lenguaje cinematográfico. La cámara y sus movimientos, el sonido y los diálogos fueron lo primordial. La narrativa es un elemento más. Sin embargo, los actores y el territorio son la base de Manto de gemas. Quería que el espacio se fundiera con las personas, que todo ocurriera específicamente en ese lugar y no en ningún otro. Por eso trabajamos demasiado en la construcción de atmósferas y así transmitir ideas abstractas que se acercaran a la herida mexicana que corre por debajo de la superficie como lo es la violencia.

Más allá de pensar en una historia sobre narcos, desaparecidos y la violencia en sí, la intención apuntó hacia esa herida punzante y abierta que tiene una sociedad que vive estragos todos los días. Como para mí lo más importante en el cine es la forma, quise construir la película con esa convicción.

Un aspecto que me llamó la atención es la conexión que tiene la cámara con las ventanas en los interiores. De primera lectura pienso en lo que sucede al exterior. Pero una segunda lectura motiva a preguntarme para qué salir si ya intuyo o sé qué es lo que pasa. ¿Qué nos quieren decir la cámara y tú con las ventanas?

Lo interesante de una película es la subjetividad que arroja en quien la ve. Cada persona le da una interpretación distinta a las cosas y eso es enriquecedor para una obra. En este caso, yo no no había visto eso que me dices. Que las ventanas puedan ser un límite entre ser víctima o victimario, entre emprender una acción para enfrentar lo que acontece o quedarse inactivo por miedo o indiferencia, son lecturas que están ahí y propician la reflexión.

Esas ventanas también pueden sugerirnos la idea de qué postura tomamos ante lo que sucede. Dentro de la ficción, se trata de una realidad que el espectador puede sentir cercana o distante y en función de eso decidir su participación.

Respecto a los diálogos, algunos son muy fuertes y de paso nos contextualizan en un entorno machista e indolente. ¿Cómo trabajaste ese elemento desgarrador que es la palabra oral?

Gran parte de los diálogos tienen que ver con la banalidad del mal. El hecho de convivir con esto y se haya vuelto una realidad propicia que no dimensionemos lo que pasa. Por el contrario, se normaliza. Hablar de un hueso humano en un terreno baldío es aterrador con simplemente mencionarlo. Ese terror hablado impacta más a quien no se siente cerca de ese contexto.

Ese dolor tan brutal que es inconmensurable y tan grande que sufren muchísimas personas es también nuestro como mexicanas y mexicanos. La violencia ha penetrado con tanta fuerza en la realidad nacional que la herida que provoca es de todos. Es una película sobre algo que compartimos, tal como es el tejido. Manto de gemas no es sobre alguien en sí, o acerca de una anécdota, sino de una situación colectiva que compartimos. Nadie estamos exentos de que nos alcance el fenómeno violento. Se trata de una identificación con el prójimo, o por lo menos un acercamiento a él. Y la palabra oral es una forma de aproximarnos.

Hay una escena que estruja. Vemos a las tres mujeres de tu historia en una comisaría junto a otras personas que piden ayuda para buscar a sus familiares desaparecidos. Allí convergen el dolor, la angustia, la impotencia, el desasosiego. ¿Es la invitación más clara a identificarnos con el prójimo?

A esa escena sumaría la escena final. ¿Te quedas quieto y lo miras? ¿Qué posición tomar ante eso que está pasando? Hay que preguntarnos si nuestra forma de actuar es pasiva o nos vemos decididos a actuar. Aunque no estemos involucrados en las redes que perpetúan la violencia, somos parte de ese tejido.

Hay que cuestionarnos hasta dónde vamos a dejar que cale. Debemos empezar a analizar qué está a nuestro alcance para contribuir a que las generaciones venideras no hereden más dolor. Para ello es importante dejar el pensamiento de que “mientras no me pase a mí, todo está bien”. Tenemos que ser empáticos, no olvidarnos que somos parte de la herida.

Otra escena tiene que ver con Nailea Norvind desnuda siendo víctima de una tortura y posteriormente solicita auxilio. La cámara nos muestra a una camioneta que se para a ayudarla. Más que un respiro, esa camioneta genera miedo por los peligros que sabemos corre una mujer en México.

Estamos acostumbrados a vivir en alerta, a vivir con miedo, a vivir a las vivas. Eso no es pacífico, no es agradable. La capacidad de los mexicanos para lidiar con esta realidad me lleva a cuestionarme cómo es posible que una sociedad con tanta nobleza y solidaridad haya permitido el nacimiento de tanto horror. ¿Cómo puede ser que una nación tan cálida y amable se haya transformado en un lugar donde se desmembran cuerpos? ¿Qué se perdió en el camino?

La realidad no da un significado claro. El miedo a saber si alguien es capaz de ayudarte o no ante un peligro es terrible porque también nos han acostumbrado a desconfiar de unos y otros. Es triste y preocupante que el miedo nos acompañe en la cotidianidad a todos lados. En el caso de las mujeres, más.