El 16 de mayo de 1989 se dinamitó una sede del noticiero Mundo Visión, propiedad del periodista Jorge Enrique Pulido, quien murió meses más tarde víctima de otro atentado. El ataque hacia las instalaciones del medio de comunicación fue atribuido al Cartel de Medellín, organización liderada por el narcotraficante Pablo Escobar Gaviria. Era el tercer aviso del año como respuesta violenta por parte del capo hacia la justicia y el periodismo colombiano por la “persecución” hacia su persona. Previamente, en marzo, fueron asesinados el magistrado Carlos Ernesto Valencia y el periodista Héctor Giraldo Gálvez.

Ocho días después, el 24 de mayo, Atlético Nacional ganó la Copa Libertadores al vencer en penaltis a Olimpia, de Paraguay. Era la primera vez que un equipo colombiano conquistaba el máximo trofeo continental a nivel de clubes. Uno de los aficionados más felices por ese título fue el propio Pablo Escobar, hincha pasional del club verdolaga. Amaba tanto esa camiseta que no le importaba sobornar o amenazar silbantes y rivales para favorecer a los suyos.

De alguna u otra manera, la violencia rodeaba y dominaba al futbol. La alegría por el logro de Atlético Nacional era un respiro ante el clima de hostilidad, venganzas y ejecuciones que se vivían en el país. La única esperanza al alcance para el pueblo colombiano eran las hazañas surgidas del balón. Por ello había entusiasmo, y urgencia, de ver a Colombia en la Copa del Mundo de Italia ‘90. 

En ese ambiente tan adverso y denso sobresalió Andrés Escobar, defensa que se convirtió en ídolo y futbolista respetable. Su figura en este periodo fue rescatada por el actor Juan Pablo Urrego para personificar al jugador en la serie Goles en contra, producción de Netflix. “Todos estos hechos forman parte de un contexto que marcó a la selección colombiana de aquellos años. Hubo otro jugador que no era tan famoso como Andrés y lo asesinaron, Pipe Pérez. La mafia y las apuestas permearon en el futbol. Amenazaron a los jugadores, a sus familias. Manipulaban la designación de técnicos, árbitros. Andrés Escobar supo mantenerse al margen porque se hizo respetar en la cancha, lo admiraban por su estilo y pasión. No era un tipo al que se le viera en fiestas, mucho menos en conductas ilícitas. Su mente la enfocó en hacer bien las cosas en el campo”.

Andrés era distinto a otros futbolistas colombianos y compañeros. La vida nocturna no era lo suyo. Tampoco le gustaban los excesos. Era un tipo tranquilo fuera del campo. Mientras tanto, al estar en un terreno de juego, era sobrio, elegante y solidario en la construcción ofensiva de su equipo. Sus condiciones generaron admiración en Colombia a tal nivel que incluso miembros del crimen organizado le rendían pleitesía. Por algo fue conocido como ‘el Caballero del futbol’.

Ser miembro del equipo campeón de Copa Libertadores con Atlético Nacional y de la selección colombiana que avanzó a Octavos de final en Italia ‘90 lo posicionó como un defensa poseedor de un perfil apreciado en el futbol europeo. Arrigo Sacchi, director técnico que revolucionó al Milan a finales de los ochenta y principios de los noventa, se fijó en él para que fuera el sucesor del legendario Franco Baresi. Le gustaba que saliera con la pelota en los pies. 

“Estaba llamado a ser el mejor jugador de Colombia, tenía una fuerte proyección internacional. Después de ese Mundial (USA 1994) lo iba a comprar el Milan. Andrés se perfilaba como un defensa de corte europeo porque en ese entonces no era común ver centrales que salieran jugando con el balón. No era de los típicos que reventaban y pateaban la pelota hacia donde fuera. Era un defensa que se quitaba rivales e incluso llegaba al área contraria. Se habló mucho de que iba a ser el reemplazo de Franco Baresi”, comenta Juan Pablo Urrego en torno al análisis futbolístico que hizo de su personaje.

Con un futuro promisorio en Europa, luego de un primer intento con Young Boys (Suiza) en 1990, Andrés se convirtió en víctima de una fatalidad que pudo ser perdonable en cualquier rincón del planeta, menos en Colombia. Los tentáculos de la violencia que tenían atrapado al futbol acabaron con su vida luego del autogol convertido contra Estados Unidos y significó la eliminación colombiana del Mundial de 1994.

“El técnico Francisco Maturana les pidió a algunos futbolistas que no volvieran a Colombia, sobre todo a aquellos que eran conocidos por su gusto a la fiesta. Temían por sus vidas. Increíble pensar que a un tipo querido y respetado como Andrés, al menos imaginable, le iba a pasar lo que sucedió. Eso también habla sobre la violencia con que se vivía y sentía al futbol, lo cual es terrible”, describe Urrego a Spoiler.

¿Por qué Andrés? Esa pregunta continúan haciéndose cientos de hinchas que siguen sin comprender cómo hubo alguien capaz de asesinar a un ser tan querido por el pueblo debido a un accidente de juego. Juan Pablo Urrega se formula ese mismo cuestionamiento después de indagar en la vida personal de Escobar. Ese proceso de obtener toda la información posible para conocer al hombre de puertas hacia dentro fue complejo: “Quería saber cómo era con su familia, con su novia, con sus amigos, con sus compañeros. Fue difícil encontrar esas respuestas, sin embargo lo pude lograr. Mucha gente me ayudó para ir conociéndolo más. Al final fue sorpresivo descubrir que era un sujeto más grande de lo que pensé. Fue amoroso con su familia, solidario con sus compañeros, amable con la gente. Era en su vida privada como era en la cancha. No había nadie que te hablara mal de él, lo querían mucho”.

Goles en contra es una serie que también quiere darle su justo valor a Andrés Escobar como símbolo de una generación futbolística que fue capaz de alegrar con un juego vistoso y dinámico en una etapa crítica y convulsa en Colombia. Se habló demasiado de Carlos Valderrama, René Higuita, Freddy Rincón, Faustino Asprilla, Adolfo Valencia. A veces se pierde en la memoria que el defensa fue clave para hacer del balón una esperanza social.