La pandemia puso a los seres humanos contra la pared en muchos sentidos. Desde la primera semana de confinamiento hasta la fecha, los cuestionamientos internos acerca de de la existencia y el porvenir han invadido el pensamiento de millones de personas que continúan con vida. Y a la par, miedos. Uno de los más desarrollados fue y es contagiarse del virus. Ese temor ha propiciado que los individuos se hagan la siguiente pregunta: “¿Qué pasa si me muero?”. Acto seguido, la primera respuesta es un angustiante convencimiento: “No me quiero morir”.

Ante el riesgo latente de ser una víctima mortal del coronavirus, otra duda que aqueja en el presente, esto a partir de una reflexión sobre aquello que se ha hecho o se ha dejado de hacer en el pasado, radica en cuestionarse qué es vivir. ¿Qué hacer ahora? ¿Para qué hacerlo?

En el cine, Akira Kurosawa motivó a plantearse esas preguntas con Ikiru (Vivir), una de sus grandes obras maestras, si no es que la más grande. Con ese filme también deja el legado de un profundo, positivo y bello mensaje para la reconstrucción del mundo a partir de mostrar qué significa vivir.

Lo hace con Kanji Watanabe (Takashi Shimura), un burócrata con cáncer de estómago en fase terminal y cuya historia nos adentra en lo que aparenta ser el tedio de un hombre aburrido y desahuciado que morirá sin siquiera haber conocido una mínima alegría. Pero Kurosawa se sujeta de esa apariencia inicial para narrar la vida a través de la muerte y la felicidad mediante lo que bien podría encaminarse a una tragedia.

“Me gustaría vivir como usted un día antes de morir. Si no lo hago no podré morirme. Quiero hacer algo pero no sé qué hacer. Sólo usted puede enseñarme”, le dice Watanabe a Toyo, una joven llena de vitalidad.

Esas palabras son de un hombre que posee la certeza de que morirá dentro de poco tiempo, por lo que su premura es aprender a vivir. Pero, ¿para qué? En ese sentido, el moribundo quiere hacerlo con la utilidad de algo práctico para la vida de los demás y que justifique la suya; intervenir para la construcción de un parque es unarespuesta al qué hacer para sentirse vivo.

De 1952, Ikiru es una película que encaja perfectamente con la actualidad. Aparte de ser una joya cinematográficapor todos sus elementos, es tambiénun poema visual que funciona como aliento para reconstruirse en un mundo como en el de hoy, donde la pandemia ha puesto sobre la mesa dos interrogantes constantes: ¿Qué pasa si me muero? ¿Qué es vivir?