Por costumbre, si no es que por tradición, la figura materna en el cine mexicano para los cinéfilos se remonta a Sara García, Marga López y Amparo Rivelles. Melodramas nacionales por mucho tiempo retrataron en sus personificaciones a la madre como un elemento lacrimógeno que debía entregarse completamente al sacrificio por el bien de sus hijos.

Pero hubo excepciones contrastantes en la cinematografía de México para reflejar en la ficción a mamás que no fueron amor, apapacho y dulzura con sus criaturas. Por el contrario, mostraron a mujeres que ponen en entredicho la premisa de que la maternidad es una realización de plenitud.

Ana Luisa de la Riva Salazar (Emilia Guiú), en Angelitos negros

Lo peor que le puede pasar a una mujer racista de raza blanca es tener una hija de raza negra. Tal cual es la “tragedia” de Ana Luisa, quien desprecia a Belén, una niña que sufre mucho porque su madre no la quiere debido al color de piel. La ilusión de la nena por sentir un poquito de afecto materno la lleva incluso a pintarse de blanco el rostro.

A Ana Luisa le avergüenza tanto su hija que la presenta como “la nieta de la criada” a una de sus invitadas, o se lamenta porque Dios no le envió una pequeña rubia como ella. Para nada le molesta hacérselo saber a Belén con sus actitudes de rechazo.

La madre de Pedro (Stella Inda), en Los Olvidados

Hay que ser ingenuo, muy ingenuo para pensar que en algún instante Pedro será abrazado y tratado con un poquito de cariño sincero por parte de su madre, una mujer que lo observa como si fuera un mueble que le estorba en su miseria.

Más allá de ser apreciado como un hijo, el niño le representa un artículo inservible, molesto y problemático del que quiere deshacerse. Pedro, a su corta edad, debe lidiar con la realidad de no importarle a una mamá que quiere tenerlo lejos de su vida

Laura de la Garza (Sonia Furió), en El pozo

Dicen que madre no es la que engendra sino la que cría. Y eso es lo que quiere hacer Laura con los tres pequeños hijos de José María luego de quedarse viudo. Su valor por la maternidad crece cuando se entera que está embarazada, pero todo cambia tras verse obligada a abortar como consecuencia de un accidente en el que le salva la vida a uno de sus hijastros. 

Con el dolor de haber perdido un hijo propio, engendra odio hacia los niños de su pareja, por lo que no desea otra cosa que acabar con ellos y arruinarle la vida a José María porque los culpa de haber destrozado su instinto materno por completo.

Ignacia Botero (Julieta Egurrola), en Principio y fin

¿Te suena familiar la mamá que inclina todo su cariño en el hijo menor simplemente por ser el menor y ser varón? Ignacia se desvive por Gabriel, el retoño que estudia en una universidad privada y en el que deposita toda su fe para que sea el encargado de sacar a la familia de la pobreza.

Para que así sea, le pide a Nicolás que acepte un trabajo mediocre en Veracruz con el fin de que se encargue de pagar las colegiaturas de Gabriel, que a su vez aprovecha esa situación para hundir, con o sin intención, a sus hermanos, entre ellos a Mireya mediante la prostitución.

Ramona Pineda (Lucha Villa), en El fiscal de hierro

Narcotraficante que gusta de expresarse con puras groserías, Ramona se encarga de instruir y dirigir a sus hijos en el tráfico de estupefacientes, así como en desaparecer a quien le estorbe para ese propósito. Cuando cualquiera de ellos llega a fallar en una entrega o comete un error ante la policía, no le importa insultarlo y cachetearlo para humillarlo a manera de regaño. 

Es tan perversa y chantajista que quiere hacerle creer al espectador que sus retoños son unos “angelitos” bien portados que son molestados por la justicia, principalmente por el fiscal, así que en una saga de cuatro partes intenta justificarlo en su motivo de venganza contra el representante de la ley.

Coral Fabre (Regina Orozco), en Profundo Carmesí

Coral es una enfermera que se considera lo peor del mundo por su fealdad y sobrepeso, rasgo físico que su hija se lo resalta como un aspecto desagradable. Nada parece alterar el curso de su decadente historia hasta que conoce a Nicolás, un estafador acomplejado por la calvicie que termina enamorándose de ella.

Ambos construyen una relación enfermiza, obsesiva y criminal. Coral no está dispuesta a perder el amor que ha encontrado aunque eso implique matar y abandonar a sus hijos en un hospicio sin el menor remordimiento de hacerlo.