Nos han acostumbrado a que el futbol abordado en el cine es reinterpretado a través de comedias, documentales o biopics. Pareciera no haber otros géneros para trasladar las historias del balón a la pantalla. Por fortuna existen trabajos que rompen con el esquema, como Metegol, de Juan José Campanella, mediante la animación. Pero, ¿acaso no es también una buena fórmula contar relatos sobre la pelota de manera indirecta o como complemento narrativo de otras tramas? 

Recientemente Belfast, de Kenneth Branagh, y Fue la mano de Dios, de Paolo Sorrentino, dieron muestra extraordinaria del cómo incluir la pasión futbolera en títulos cuyo tema central no es la bola de gajos, pero sí forma parte fundamental de sus universos. Ambos casos fueron dramas de corte biográfico en los cuales el futbol es contexto temporal y social de las épocas que recrean los realizadores mencionados.

 

El thriller combinado con suspenso y humor negro también se lleva bien con el balón, incluso sin necesidad de ver a cuadro una cancha, una camiseta o una pelota. Muestra de ello es Punto rojo, película que en un principio nos cuenta la emoción y nerviosismo de Diego (Demián Salomón) por participar en un concurso radial para hinchas de Racing Club de Avellaneda cuyo premio al ganador es de 200 mil pesos. Lo vemos a solas a bordo de su automóvil en una zona árida de la provincia de Buenos Aires. Todo cambia en cuanto el cuerpo de un hombre muerto cae del cielo estrellándose en el cofre del coche, una avioneta explota a unos metros, una agente secreta aparece a lo lejos y un anciano está amordazado en la cajuela del vehículo. A partir de ese instante, con el recurso de flashbacks, nos introducimos a un vaivén de absurdos, tensiones y situaciones para descubrir el porqué se cruzan estos personajes.

Con afinidad al estilo tarantinesco de narrar con secuencias largas y emplearlas para usar los tiempos en modo inverso, el director Nicanor Loreti construye un ingenioso trabajo que atina en sostener la historia con la puesta en escena, mayor aún si se considera la utilización de dos locaciones solamente, pensado así para producir y grabar en plena pandemia. Sin querer, Punto rojo es además un claro ejemplo de una máxima que caracteriza la convicción del entrenador argentino Marcelo Bielsa: “Lo importante es la nobleza de los recursos utilizados”. En ese sentido, Loreti juega a su favor y para el de la propia película con lo que tiene al alcance.

Pero volvamos al tema del futbol. Aparte de informarnos que Diego es hincha de La Academia y mostrarnos que el auto es un Dodge 1500 pintado con los colores de Racing, Loreti también va revelándonos subtramas relacionadas con los amaños de partidos (un arquero de Arsenal de Sarandí que no quiere contribuir para las apuestas), el peligro de los barra bravas (no todo es lo que aparenta en un simple hincha) y el sentimiento que caracteriza a los devotos racinguistas en la simbiosis con su equipo, es decir, el sufrimiento. “Ser de Racing es sufrir”, suele comentarse. Y sí, eso se comprueba con el destino de Diego en este caso.

Si nos enfocamos estrictamente al juego del futbol, y si así se le permite con base en la interpretación derivada por la obsesión futbolera, Loreti aplica para su narración una lección del periodista deportivo Dante Panzeri. ¿Cuál? La dinámica de lo impensado. Lo hace con Diego como conducto, siendo este personaje el jugador polifuncional para enredar y desenredar el metafórico partido que es Punto rojo. Primero lo vemos angustiado y emocionado en la soledad del auto, tal como ocurre con la ingrata posición del portero en su arco. Prosigue en el intento por salvar su vida y evitar un caos para su persona, tal como sucede con un defensa central. Luego se transforma en el orquestador de episodios en los que contiene y ataca, como si fuera un mediocampista. Por último logra salir airoso de obstáculos que se le presentan en el camino, tal como pasa con los delanteros. Sin embargo, Diego es de Racing, por lo que lo impensado debe ir tomado de la mano con el sufrimiento para su causa. 

Así como la película lleva al espectador por delirantes secuencias, el espectador tiene derecho a delirar. El futbol, por ejemplo, se presta como un ejercicio para ponerlo en práctica. De llegar a concederle esa oportunidad, resulta más entretenida de lo que ya es. Cuestión de enfoques, de obsesiones.