Durante las décadas de los ochenta y noventa, un sinfín de títulos del género de terror invadieron nuestros hogares. Ya fuera a través del material encontrado en videoclubes o de aquel que se transmitía en distintos canales de la televisión abierta, muchísimas películas nos causaron pesadillas, o provocaron largas noches de insomnio por temor a monstruos y asesinos enmascarados. Una de ellas fue Hasta el viento tiene miedo.
Michael Myers en Halloween, Freddy Krueger en Pesadilla en la calle del infierno, Jason Voorhees en Viernes 13 y Leatherface en La masacre de Texas, nos enseñaron a temerle a la sangre. Esos tipos eran la misma encarnación del mal y lo demostraban con violencia sanguinaria. Resultaba complicado conciliar el sueño después de verlos matar con saña a toda persona que se encontraban en su camino.
Al mismo tiempo que ellos hacían de cuerpos degollados el motivo para engendrar pánico, el cineasta mexicano Carlos Enrique Taboada nos enseñó a espantarnos con el sonido del viento, la oscuridad de la noche y una voz femenina repitiendo “Claudia, Claudiaaaaaa”. No necesitó de cuchillos, sierras eléctricas y garras afiladas para robarnos la tranquilidad con Hasta el viento tiene miedo.
Y lo hizo desde el comienzo de la película. Un par de pies colgando, la silueta de una mujer ahorcada, una ventana abierta por la fuerza del aire, las hojas de los árboles moviéndose con brusquedad y el grito terrorífico de Claudia (Alicia Bonet) nos introducían de inmediato al susto que inquietaba. Por un lado sabíamos que nos íbamos a espantar en el intento constante por descubrir hacia dónde nos conducía ese prólogo. Por el otro, era prácticamente imposible resistirse a no saber quién era la causante que incluso le provocaba miedo al viento.
Apoyándose de la fotografía de Agustín Jiménez, la música de Raúl Lavista y un relato simple de ultratumba, pero bien contado con diferentes elementos (un internado para señoritas, una directora cruel, un torreón tenebroso), así como las actuaciones de un extraordinario reparto encabezado por Marga López, Carlos Enrique Taboada dirigió un filme que mantuvo cautivos a los espectadores con pura psicología y sugestión.
Si bien es cierto que al final se sabía qué había detrás de esta historia de horror, el público quedaba aterrado. De hecho, uno de los personajes menciona que es mejor olvidar todo lo que ha sucedido, palabras a las que Claudia responde que será muy difícil. ¡Y tenía razón! La gran trampa de Taboada, haya sido o no esa su intención, fue convertir al espectador en Claudia. Nadie se iba a dormir con calma luego de haber visto y escuchado lo que ella vivió.
Estrenada en 1968, la película cobró fama dos décadas después debido a su exhibición en televisión abierta. Fue gracias a la “caja idiota” que pudo llegar a millones de hogares y a nuevas generaciones para ocasionar traumas entre los amantes del género de terror. De paso, su transmisión continua contribuyó a valorar el cine mexicano, además del aporte de Taboada al horror con los elementos que tuvo al alcance. De allí que un sector de cinéfilos lo consideraran de culto o se basaran en su estilo para contar leyendas urbanas.
¿Tú no las has visto? Puedes hacerlo. Recuerda que debes cerrar bien las ventanas de tu casa porque al verla es probable que el viento entre en pánico.
*En este mes patrio puedes asustarte con esta película en la plataforma de Tubi.