Desde que se exhibió en el Festival Internacional de Cine de Berlín hasta su lanzamiento en Netflix, Una película de policías no deja de agradar a la crítica y al público en general. Pero, ¿por qué? ¿Qué es lo que gusta? Para algunos, la dirección de Alonso Ruizpalacios. Para otros, el trabajo actoral de Mónica del Carmen (Teresa) y Raúl Briones (Montoya). Varios más destacan el guión. De igual forma, la textura de este proyecto también permite apreciar un elemento fundamental: el trabajo de investigación. No se hubiera llegado al resultado final sin él.

El responsable de ello es Mario Gutiérrez Vega, periodista y productor cinematográfico que ha encontrado en el cine, específicamente en el documental, una puerta para ejercer el oficio de informar y contar historias sumergiéndose en ellas, yendo a sus entrañas, tal como ocurrió con Una película de policías.

Más de 30 entrevistas de larga duración con policías municipales, defensores públicos, peritos forenses, policías de investigación, ministerios públicos, especialistas en seguridad pública y funcionarios de distintas corporaciones fueron parte de la labor llevada a cabo por Mario para dar vida a la realidad que cuentan Teresa y Montoya en la pantalla. Fueron más de dos años “chambeándole” entre Ciudad de México, Estado de México, Sinaloa y Morelos.

Y pensar que en un principio la película no iba a ser sobre policías. “El proyecto inicia con la idea de crear un documental que tuviera profundización sobre la corrupción en México en términos generales. Eso nos llevó a plantear la posibilidad de hacerlo sobre el nuevo sistema de justicia penal, que se convierte de un sistema escrito a un sistema oral. Me puse a buscar casos e historias con esta idea, es decir, que reflejaran cómo era este nuevo sistema de justicia”, comenta Mario a Spoiler.

Tras una asesoría de Ernesto López Portillo, coordinador del programa de estudios de seguridad ciudadana de la Universidad Iberoamericana, el director Alonso Ruizpalacios y su equipo centraron sus esfuerzos en los cuerpos policiacos. Una de las premisas fue cuestionarse en qué momento se fracturó la relación entre la autoridad policiaca y los ciudadanos, ¿por qué se les tiene miedo, menosprecio y desconfianza cuando antes los niños querían ser policías y la gente se sentía protegida?

Otro punto a considerar fue el aspecto de humanización, lo que se tradujo en indagar qué sienten, qué piensan, qué sufren y cómo viven las y los policías. “Alonso me pidió el ejercicio de recabar momentos complicados de la relación policía-ciudadanía. Recuerdo un enfrentamiento donde los granaderos estaban sometidos por los ciudadanos en un asunto relacionado con el agua. Nos preguntamos entonces qué queda en el policía después de vivir eso y volver a casa, ¿qué sentimiento queda en el policía? ¿Rencor? ¿Resentimiento? Los policías se sentían como animales”.

El proceso obligó a eliminar prejuicios y estigmas hacia la figura policial para encontrar el justo medio y contar situaciones creíbles. En ese camino aparecieron los verdaderos Teresa y Montoya, una pareja de expolicías que accedió a compartir sus vivencias para desglosar y profundizar en las adversidades no visibles de los uniformados, tales como las siguientes: pago de cuotas en el sector de patrullaje, moches para trámites burocráticos, pagos constantes para acceso de uniformes o accesorios de trabajo, salarios miserables, ausencia de atenciones médicas, carencia de cursos básicos de protección, mala alimentación. Entre muchas más.

A la par, sin que otros cadetes lo supieran, los actores Mónica del Carmen y Raúl Briones se introdujeron a las academias policiacas como cualquier aspirante para meterse en la piel de sus personajes. Dicha labor conllevó investigación, misma que otorgó respuesta a la interrogante de saber cuál es la diferencia entre la formación académica y el desenvolvimiento de policías en el campo laboral.

“Hay una moral muy alta dentro de las academias. Las y los cadetes tienen el convencimiento de salir a rifársela por los ciudadanos y por su propia corporación. Pero ocurre algo, ¿en qué instante se rompe esa intención de ser los mejores policías y dar la vida por cualquier persona? En el momento que salen a la calle. Allá afuera se encuentran con una serie de factores que los hacen ser menos y los orillan a otras cosas. Se topan, por ejemplo, con la corrupción”.

Con la exhibición de la película a policías reales, los propios uniformados han referido a Mario sentirse identificados con lo que ven a cuadro. Algunos han compartido sus experiencias, además de confesar situaciones que parecen inverosímiles pero fue su realidad. ¿Como cuáles? Jamás recibieron lecciones de defensa personal y primeros auxilios, tampoco les enseñaron a disparar una pistola. Se suma el hecho de que reciben armamento casi de juguetería para enfrentar a la delincuencia, incluso revólveres o escuadras que se utilizaban a finales de los setenta y principios de los ochenta.

“Uno de los reproches que hacen algunos policías a Una película de policías es que nos quedamos cortos porque debimos haber reflejado más cosas. Pero el cine es un arte limitado en el sentido de cómo cuentas y qué cuentas de las cosas. Estoy de acuerdo en que se tienen que contar más cosas y hacer más películas sobre lo que pasa con la justicia y la corrupción en México”.

Si la película motiva a la reflexión, considera Mario, es un efecto positivo. El espectador tiene la posibilidad de reparar en que algo tan elemental como decir “buenos días” o “buenas tardes” a un policía indica dónde estamos parados en la relación que se tiene entre sociedad y uniformados, seres que a final de cuentas provienen de esa sociedad.