En Dune, Parte 2, Paul Atreides se une a Chani y a los Fremen mientras busca venganza contra los conspiradores que destruyeron a su familia. Enfrentándose a una elección entre el amor de su vida y el destino del universo, debe evitar un futuro terrible.

Denis Villeneuve sabía muy bien lo que tenía entre manos y supo dividir en las proporciones adecuadas la histórica obra de Frank Herbert. Ahora lo podemos confirmar. En la primera tanda, probablemente muchos se preguntaron por qué la narración se cortaba tan abruptamente en ese punto. Con la llegada de la nueva película se entiende todo.

Lo primero fue la presentación de los personajes, el establecimiento del universo y sus dinámicas muy políticas de poder. En tanto, la Parte 2 viene a ser la exploración más mística del ascenso de Paul Atreides y sus cercanos. Una indagatoria sobre el poder religioso como método de control del masas y las consecuencias de la proliferación de la fe en formas que tienen alcances inevitablemente bélicos. Una especie de yihad, no sólo desde su perspectiva de esfuerzo espiritual e intelectual, sino que también en su conceptualización más burda de ”guerra santa”.

Tal como en la obra original, aunque con menos filosofía, esta adaptación es definitivamente una panorámica sobre la exploración del poder político y religioso, como vehículos para convertirse en líder indiscutido de una sociedad. Cómo se endiosa una figura, cómo se somete a los súbditos y qué implica esa subyugación. Lo que genera la labia de una palabra convincente, incluso hasta cuando es medianamente engañosa.

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Sin quedarse corto con la escala de lo que presentó en la primera película, Villeneuve ahora eleva las apuestas. No sólo para aumentar los niveles de acción y grandilocuencia de lo que plasma en pantalla, sino que también para incrementar la complejidad de la trama. Diversifica las líneas argumentales, escarba en la profundidad de las intrigas, suma llamativos y amenazantes personajes, pule el material que ya tenía a mano. No por nada el director asegura que “nací para hacer esta película” .

Lo intrincado de la historia se plantea desde un principio. Menos de un minuto pasa del metraje cuando ya se establece que su desarrollo tendrá un componente mucho más místico y plegado con la fantasía, pero no por eso menos interesante. Porque sobre todo hace que el espectador se cuestione sus propias empatías. ¿Es correcto lo que hace el protagonista? ¿Su transformación tiene las mismas intenciones humildes y más bien bondadosas desde un principio, sobre evitar el sufrimiento de miles? ¿Quién es el verdadero villano aquí? ¿Los Harkonnen sólo están intentando contener a un megalómano en potencia? ¿Acaso todos tienen una cuota de maldad en la sangre?

Un moral ambigua, intenciones de doble estándar, el manejo de un poder inconmensurable por parte de una persona. La manipulación del ignorante por parte del instruido. Si hasta se pueden trazar vínculos entre Paul y lo que hace unos años se vio con Khaleesi en Game of Thrones . Resulta que el verdadero perfil del héroe en este caso puede llegar a incomodar a los espectadores más sensibles y con una concepción más pura de la figura heroica clásica. ¿Pero qué es el arte si no provoca alguna reacción?

De ahí que Dune, Parte 2 sea una gran película. No teme oscurecer a sus personajes, desestimando el blanqueamiento que reina en las obras actuales para evitar herir sensibilidades; y también se toma su tiempo para contar exactamente lo que quiere decir. Ni más ni menos. Son dos horas y 46 minutos que prácticamente no se sienten, atrapan desde un principio y, con la combinación de elementos dispuestos, incluyendo una banda sonora completamente inspirada de Hans Zimmer, todo termina siendo una aventura verdaderamente épica que entretiene tanto como entrega análisis que dan para más de una conversación interesante sobre los alcances del poder y sus formas de control social.