Una madre y su hija llegan a refugiarse en un modesto y tranquilo lugar ubicado en las montañas andinas. Huyen de algo, o de alguien. Magda (Julieta Santamaría) es una niña que se lamenta porque no podrá jugar como delantera con su equipo de futbol, quiere estar en la cancha. Su madre, Josefina (Salomé Aguirre), se mortifica por otra poderosa razón. 

Josefina está convencida de que debe tomar una decisión contundente a nombre de Magda. Comprenderemos después que lo tiene que hacer lejos de la sociedad para protegerlas a ambas, especialmente a la menor. Son una con la otra, tienen que estar juntas en una inesperada experiencia para ellas. 

 

La directora Carla Larrea deja el acecho de los peligros externos fuera de pantalla con la intención de no desviar la atención de lo primordial, es decir, sus protagonistas. De igual forma lo plantea así para poner de forma directa y sobre la mesa el tema del aborto infantil, que es tan poco explorado y debatido debido a la intromisión de grupos conservadores y de ultraderecha para que no se difunda. 

En Spoiler conversamos con la realizadora para explorar su discurso en una historia que visibiliza otro escenario sobre el aborto en América Latina.

Entrevista con Carla Larrea, directora de Por Magda

Carla, ¿por qué quisiste abordar el aborto infantil? No sé si quepa concebir tu corto como una denuncia también ante el abuso sexual perpetrado contra niñas. 

Más que una denuncia es una invitación a reflexionar sobre el embarazo infantil y el aborto infantil. Quise contar la historia basándome en lo que ocurre en Ecuador, mi país de origen. Allá, al igual que en México y toda Latinoamérica, se registra cada vez con más frecuencia el número de niñas que se convierten en mamás a corta edad porque fueron víctimas de violación.

El tema del aborto como una opción para esas menores es complejo por muchas razones. Una de ellas tiene que ver con la salud pública debido a que no hay seguridad sanitaria para que puedan interrumpir el embarazo con calma y atención médica. Otro aspecto a considerar es el linchamiento social que existe hacia esa alternativa. Un linchamiento que no es igual hacia los agresores.

También partí de dos problemas que me resultaron urgentes por atender. Uno tiene que ver con que los derechos de la mujer están retrocediendo. El segundo es sobre quién debe tomar la responsabilidad de un aborto femenil. Mi postura es que una niña de 11 años no está en edad ni condiciones para decidir si quiere ser mamá o no. Esa facultad le corresponde a los padres o madre de la menor. Estoy consciente que no es sencillo hablar de esto, pero es necesario mostrar que existen variantes para profundizar en el incremento de embarazos infantiles. Los abusadores se van y listo. Pero las niñas quedan sujetas a vivir una vida que no les corresponde. 

Toda vez que lo narras, las preguntas surgen. ¿Cómo se actúa en una situación así? ¿Cómo hablar de comprensión y contención en esos casos?

En el debate público no hemos puesto estas complejidades sobre la mesa. Es una apuesta arriesgarme a posicionarme desde el cine, pero tengo firme la idea de que ninguna niña debe estar en esa situación. ¿Qué estamos haciendo mal para llegar a eso? ¿Qué hacemos mal para seguir reproduciendo los abusos y la condena a menores abusadas sexualmente? 

Me pregunté muchas veces en la sala de montaje qué haría si mi sobrina de 11 años viene y me dice que sí quiere ser mamá. ¿Realmente tiene la dimensión de lo que implica la maternidad? ¿Como sociedad estamos condicionados para sostener ese tipo de maternidades? Definitivamente no. 

La decisión que toma la mamá es una decisión de vida digna para su hija. En ese sentido hay que poner el foco en lo que es una vida digna. No es lo mismo vivir que vivir dignamente. En esta ficción le ofrezco esa posibilidad que en el mundo real se la impedirían.

A nivel de guion y dirección centras la trama en la relación de madre-hija para reinventarse entre ambas después de algo que les ha sucedido. ¿Por qué lo planteaste así?

El trauma del aborto no tiene que ver precisamente con el dolor físico. Lo que además pesa es la condena y el estigma social, el trauma que te genera una sociedad a partir de cómo concibe a la mujer violada. No se trata nomás de que un cuerpo ajeno te violentó para ponerlo encima del tuyo. Es también una sociedad que te aplasta criminalizando a tu persona y adjudicándote culpas.

Vivimos en una sociedad en la cual decirle “violador” y “abusador” a un hombre no es tan grave como cuando a una mujer le dices “abortaste”. El trato hacia una y otra persona es incluso diferente. Al violador se le concede beneficio de la duda en su redención. No pasa así con la mujer que aborta. Es tratada como si fuera lo peor.

Abortar es una opción, pero socialmente lo vemos al revés. Pareciera que abusar es la alternativa y no tener un hijo es un crimen. Por eso no quise mostrar al abusador. Mi intención era priorizar la idea de poner en el mapa de las conciencias a las víctimas para cuestionarnos cómo reparar, sostener y apoyar a esas mujeres violentadas. Por Magda es una historia de acompañamiento. Hay que sensibilizarnos con el acompañamiento.

Recurres al futbol como subtrama con Magda. ¿Por qué añadir la pelota a tu personaje infantil? Tiene relación si consideramos que la lucha por equidad en el futbol femenil ha ventilado abusos de distinta índole. 

En el diseño de personajes queríamos que Magda se viera impedida a llevar a cabo alguna actividad que pusiera en riesgo su organismo y que al mismo tiempo fuera de gran valor sentimental para ella. Recordé entonces que yo jugaba futbol con mis primos. Era natural para nosotros, no había distinción de géneros. Puede decirse que la pelota es un símbolo de libertad. Por eso Magda añora esa libertad a sabiendas de que no podrá jugar por unos días. Sin embargo, el futbol ahí está esperándola para cuando pueda volver a una cancha.