Un peluquero tradicional y heredero de ese oficio ejercido por los antecesores de su linaje -una familia reconocida por el famoso corte Cisó- le insiste a su hijo continuar con ese legado. Presiona al muchacho para que perfeccione el estilo que caracteriza el sello de Bouclette, el negocio familiar.

Por más ganas que le pone el chico para ser peluquero, el destino se encarga de hacerle saber que eso no es lo suyo. Le muestra que su camino está en la repostería, arte de la gastronomía que le apasiona y para la que tiene un toque especial. El problema es que a su padre no le agrada la idea de que rompa con la tradición, mucho menos para dedicarse a hacer postres y pasteles. 

Esa irrupción en la historia familiar habrá de llevar a una confrontación necesaria para  beneficio de ambos. En el marco de esa relación entre padre e hijo también se desprenden temas como la reinvención, la construcción del diálogo y la conciliación. 

Conversamos con Fernanda Lozada, directora de Bouclette, acerca de su cortometraje y el presente del cine de animación en México.

Entrevista con Fernanda Lozada, directora de Bouclette

Fernanda, ¿por qué elegiste los oficios de peluquero y repostero para tus protagonistas? 

Fue una suerte de estar en el momento y en el lugar correcto. Cuando empecé a escribir Bouclette, sin saber que iba a convertirse en esta historia, acudía a un café que me gustaba mucho en la colonia Juárez, Ciudad de México. Recién había regresado de haber estudiado animación en París.

Me había encontrado a Guillermo del Toro en Francia. Entonces volví con toda la nostalgia de ese imaginario a México y con una fascinación por comer pan, sobre todo el pan. Así que iba cada miércoles a ese café porque vendían un pan delicioso. Es allí donde escucho que el panadero es francés y que su oficio anterior fue el de peluquero. Me pareció algo muy interesante.

Eso fue una linda pauta que conecté con mi mamá, una mujer que se dedicó 15 años a hacer panadería y repostería. Con ella aprendí a hacer pasteles, a agarrarle gusto a la cocina, pero especialmente a conocer el vocabulario de la repostería. Por eso cuando oí que el panadero había sido peluquero, me vino a la mente la similitud que tienen esos dos oficios. Por ejemplo, el peluquero pone crema en el cabello con un movimiento manual casi idéntico al que hace un pastelero al untarla. O vemos que en la peluquería usan una toallita para echar aire después de poner alcohol, un movimiento que es casi igual al del pastelero para hacer masa de pizza. Me emocionó explorar esas similitudes. 

Estamos habituados a ver contenidos donde la figura paterna luce por su ausencia porque así es la realidad de muchas familias. Tú, en cambio, la pones como eje central. ¿Por qué decidiste plantear esta relación padre-hijo?

Ligué lo emocional con la figura de la madre, pero lo físico con el padre porque es la imagen estricta. 

Me gustaba la idea de abordar la conciliación de dos partes, la unión de dos mundos. Es la conciliación de repostería con peluqueria, de padre con hijo, del pasado con el presente. Me interesaba plasmar una unión en la que no todo fuera blanco o negro por completo. Siempre hay un punto medio en el que podemos encontrar un espectro de grises. Lo bonito es hallar dónde cabemos todos y cómo nos apoyamos o agarramos de nuestros trasfondos para ser felices y hacer algo que realmente nos llene. 

Mostrar esa relación entre padre e hijo surgió así, de pensar en personajes que requerían de una unión.

Y es complejo. Vivimos en una sociedad que sigue arraigada a esa intervención de un padre para decidir por un hijo en sus elecciones de futuro sin darle a éste otra alternativa que acatar o acatar. Tú le das a esos padres e hijos una vía distinta para romper con esa práctica. 

Me agrada haber llegado a esa complejidad. Lo fácil era haber terminado la historia con la repostería ganando sobre la peluquería, o bien con la tradición familiar imponiéndose para desaparecer los sueños de la nueva generación. Lo lindo de Bouclette es que muestra que existe un punto medio en la vida, y el punto medio es reconfortante, pero no deja de ser complejo llegar a él. Creo que se puede aprender más escuchando al otro que imponiendo. Hay opciones para romper con esa cultura de obligar a los hijos que sean lo que no quieren ser, tal como lo es el diálogo. 

¿Pensaste Bouclette para un público en específico? Lo pregunto porque es tan entretenido para un niño como para un adulto. Además de permitirle lecturas distintas a cada edad.

Ha sido muy lindo asistir a funciones y ver que todo mundo disfruta Bouclette. Hay una escena en especial que provoca la risa de la gente. No importa la edad, la nacionalidad o la cultura. Lo han disfrutado por igual en los lugares donde lo he presentado. Eso me lleva a comprobar que conecta con todo el público. 

Durante mucho tiempo se ha confundido que el cine de animación es únicamente para niños. Y no. Una buena animación, para mí, es aquella que conecta con el público en general. ¿Qué pasa cuando sale una película de Pixar? Toda la gente espera ver la película de Pixar que se estrenó. Niños, adolescentes y adultos por igual. Ya sabemos que aunque tengamos 10, 20, 30, 40 o 50 años, vamos a querer estar en la sala de cine con un nuevo estreno para llorar, ya sea por nostalgia o por las historias. A eso aspiro yo también.

Para ser ese Pixar, bueno, primero hay que creer en el cine de animación mexicano. Talento hay, pero falta impulsarlo y darle los medios, además de visibilidad. ¿Dónde se encuentra actualmente la animación dentro de la industria?

Definitivamente hay talento, muchísimo talento. Hay que decir también que existe una gran fuga de talentos. Hay gente que se va y nunca regresa. Están los casos de otras personas que quieren irse para poder hacer lo que les gusta pero no los aceptan por la nacionalidad que tienen o por no haber estudiado en escuelas prestigiosas. O eres afortunado y te fugas, o eres afortunado y te quedas en México justo ahora. Estamos viviendo un momento en que la industria se ha levantado. 

Tenemos talento en animación, ilustración, producción, fondos, fotografía. Me agrada ver que vamos mejorando. Hemos visto largometrajes exhibiéndose en salas comerciales, lo cual es motivante para quienes nos dedicamos a esto. Falta entrarle de lleno, sin duda, pero vamos dando pasos.

¿Qué representa la animación para ti? 

Para mí hacer animación es un acto de servicio. Conecto demasiado con mi infancia, un periodo en el que llegaba de la escuela a la casa y me ponía a ver caricaturas para relajarme, para ser feliz. Mientras comíamos, mi mamá me ponía mis favoritas y platicábamos alrededor de lo que veíamos, de lo que nos contaban esas historias. Digo que es un acto de servicio porque me esfuerzo ocho o nueve horas de trabajo para sacar dos segundos sabiendo que ese momento se le puede quedar grabado para siempre a alguien más, tal como me pasó a mí. La animación que hago es un intento por ayudar al espectador a que se serene de un mal día, a que sonría, a que vea que no todo está perdido. 

Tengo un agradecimiento profundo por toda la gente que trabajó en las caricaturas que vi en los noventa y la década del 2000. Me brindaron felicidad. ¡Cuántas horas habrán laborado esas personas para que una niña como yo pudiera tener instantes hermosos mientras comía mi cereal! Eso es mi motor para hacer animación. Quiero contar historias memorables, que traigan un respiro o un abrazo a chicos y grandes. 

Sin que esa sea su intención, Bouclette lanza una invitación particular a los hombres de mi generación. ¿Cuál? La de empezar a cerrar ciclos de la mejor manera con nuestros viejos. Somos una generación que ya estamos enterrando a nuestros padres o viéndolos cerca de ese destino al que todos llegaremos. Vale pedir perdón y conciliar, ¿no?

¡Claro! Si estás aquí entero, vivo, y con tu papá todavía con vida, ¡¿por qué seguir generando conflictos?! Bouclette funciona como un llamado a derrumbar muros, a dejar de ser tercos o rencorosos y buscar la forma de llegar a un punto medio para ayudarse uno a otro en construir nuevos vínculos o reconocerse en una relación fracturada. Por más que nos despeguemos de ese conflicto, siempre hay la opción de hallar un punto para coincidir y comenzar de nuevo.