En la memoria cinéfila mexicana sobre la leyenda de la Llorona existen dos referencias nacionales de corte fantástico acerca del personaje: La maldición de la Llorona (1961) y Santo y Mantequilla Nápoles en la venganza de la Llorona (1974).
Nuestros abuelos y padres se asustaron un poquito con el temor que imprimió Rita Macedo en su papel de una mujer obsesionada con revivir a la Llorona a través de brujería. También habrán reído por ver a un ídolo de la lucha libre acompañado de un ídolo del boxeo en una misión especial que consistía en proteger a la familia Lira de doña Eugenia Esparza, un alma en pena con deseos de asesinar a los herederos del hombre que la traicionó siglos atrás.
Casi 50 años después, el mito de la mujer doliente que se lamenta por sus hijos muertos llega al cine con una versión fría y dolorosa que recurre al terror como gancho para adentrar al espectador en una realidad que marcó la historia contemporánea de Guatemala y de Latinoamérica en general: el genocidio étnico.
El director y guionista guatemalteco Jayro Bustamante quiso plasmar en un contexto crudo otra narración de la Llorona, una mujer kaqchikel asesinada junto a sus hijos durante el conflicto armado en el país chapín y cuyo espíritu se libera años después cuando un general, supervisor del genocidio, es absuelto en juicio.
Para redondear ese relato, Bustamante consideró fundamental el aspecto sonoro, la música. Con ese propósito apeló al talento de Pascual Reyes, líder de la banda San Pascualito Rey, con quien había trabajado anteriormente en las películas Ixcanul y Temblores.
Equilibrar las sensaciones que genera una leyenda fantasmal como la de la Llorona y un suceso que hasta la fecha lastima el recuerdo del pueblo guatemalteco fue un reto para Reyes. Apoyándose en el sonido de percusiones prehispánicas y la chirimía (instrumento de viento folclórico de Guatemala), así como de la voz de Juan Pablo Villa, intérprete mexicano que posee virtudes como el canto armónico, el score de la película dota de un elemento sonoro al discurso de un retrato sobre la matanza de la población indígena.
A partir del trabajo diseñado por Reyes, los cinéfilos mexicanos tienen la excusa para adoptar como propio el filme de Jayro Bustamente, una obra que, sin embargo, debe asumirse propia y sin nacionalidad desde la empatía con las víctimas de los crímenes de lesa humanidad, horrores que La Llorona muestra como el verdadero terror que arranca por completo el sueño.