Desde un inicio vemos que algo está mal en una familia de colonos que habita una cabaña en medio del bosque: los niños están sometidos a trabajos forzados obligados por sus padres fanáticos religiosos. La pareja de adultos abusa de ellos con base en la alienación y miedo que les han impuesto bajo la excusa de cumplir con los preceptos de Etán, figura descrita en la biblia adventista a la que adjudican divinidad. Asimismo, les infunden temor hacia Abadón, jefe destructor de los demonios o ángel exterminador, por lo que no deben cruzar ciertos límites territoriales de su entorno.

Por la textura y atmósfera de la película da la sensación de estar nuevamente frente a The Witch (2015), de Robert Eggers. Por la trama y la forma en que se conduce el personaje del padre (gran actuación de Nigel Bennet), la conexión inmediata es con Claudio Brook en El castillo de la pureza (1973), de Arturo Ripstein. Atribuir esas referencias cinematográficas propicia de golpe prestarle atención a la historia que quiere contar Dan Slater, director y coguionista junto a Adam Booth.

La premisa de inquietar al espectador se establece desde un principio: ¿Cómo escapar de esos ogros ocultos en los cuerpos de un papá y una mamá? ¿Qué tiene que pasar para que eso suceda? De igual forma se atrapa al público gracias a que surgen varias interrogantes sin respuesta, concediéndole así a quien está en la butaca una oportunidad de ser partícipe en la película mediante interpretaciones, deducciones y dudas.

¿Cómo es que una pareja de blancos tiene un hijo de raza negra? ¿De dónde vienen y por qué llegaron a ese bosque? ¿Qué es esa especie de plaga que atraviesa el cielo y les causa pánico? Mientras que poco a poco irán respondiéndose algunas interrogantes, no todas, y no todas de manera explícita, Slater dará pequeños giros a la historia para mantener la conducción de su relato. Se apoya en el suspenso y el terror psicológico para cumplir con ese propósito. Narra sin prisa, es decir, procura secuencias largas y pocos cortes. La puesta en escena y el trabajo actoral es primordial para lograr una reacción de emociones que van desde la angustia por estar ahí hasta el deseo de que el padre sufra lo indeseable, especialmente porque él perpetra actos atroces, innombrables.

Entre interiores y exteriores juega con la tensión. Aterra estar afuera entre trabajo duro, la amenaza de algo terrible en caso de desobedecer la orden de no ir más allá de donde se está permitido y un cielo del que se desconfía. Pero más aterra estar dentro de la cabaña al amparo de dos autoridades que vigilan y controlan hasta la respiración. La asfixia es igual con aire o sin él. Parece no haber escapatoria de esa cabaña, de ese bosque.

Durante uno de los giros planteados por Slater con la aparición de otro personaje clave, el horror cobra otra dimensión. No conforme con haber mostrado a un padre deleznable en todos los sentidos, lo hace ver más repugnante y patético con su accionar. La palabra oral es un monstruo en el organismo ideal para su expansión, mayor aún si anida en un ser perverso que emplea el fanatismo religioso para satisfacer su propia maldad.

De hecho, si se le quiere apreciar desde ese ángulo, la religión en las personas equivocadas es una entidad terrorífica que cobra vida para abusar de los más desprotegidos con la intención de satisfacer sus deseos más oscuros. Nada más cercano a la realidad de nuestros tiempos con distintos credos.

El desenlace de The Family concede al espectador otra posibilidad de interpretación. Por ejemplo, la idea de que el espacio y el tiempo vividos en la película son igual de terroríficos que los padres. Eso incluye al cielo tan atemorizante que funge como un personaje más para determinar si hay escapatoria o no, así como para contextualizar la pesadilla.