Un arma poderosa es la palabra. Sea oral o escrita, su poder cobra fuerza en autoridades que, alevosas y ventajosas, se saben intocables para ser cuestionadas o increpadas. La emplean en todo momento no para resaltar su maquiavélico liderazgo, sino para someter y manipular a otros con base en chantaje, miedo e hipocresía. En el ámbito escolar, con la permisión por intención u omisión de los padres de familia, hay maestros que ejercen con abuso su rol autoritario para que menores de edad desarrollen pensamientos e ideologías ad hoc a ellos.

Bajo ese contexto, la religión funciona como un conducto favorable para apropiarse de la mente y voluntad de chicos que tienen como único derecho la oportunidad de obedecer a quienes sus padres le han confiado su formación educativa. En este sentido, tampoco hay posibilidad de dudar sobre los designios de Dios, es decir, el Dios que les inculcan.

Con El hoyo en la cerca, el director Joaquín del Paso establece la comunión que existe entre autoridades y una imposición religiosa que es interpretada al gusto para sus intereses, que no son otros más que el adoctrinamiento de chicos de secundaria pertenecientes a la élite. Clasismo, violencia, machismo, egoísmo y racismo son conceptos que inducen de forma agresiva y salvaje a adolescentes que están destinados a perpetuar el estatus de sus progenitores.

Para llevar a cabo el proceso de adoctrinamiento, los adolescentes son llevados a un campamento ubicado en una zona montañosa colindante con la Ciudad de México. Allí, desde que llegan, los chicos son bombardeados por escritos, frases, oraciones, discursos y regaños para hacerles saber que no son unos niños cualquiera. “Todo lo que no lleve a Dios es un estorbo”, se lee en una portezuela de madera que da acceso al lugar. Desde esa leyenda, el espectador notará que la palabra oral y escrita será importante a lo largo de toda la película.

El pánico transmitido a los alumnos proviene de un hoyo en la valla de seguridad que protege al campamento. “Esa gente es peligrosa, tienen todo tipo de carencias así que no salgan de las instalaciones”, les ordena uno de los maestros. Con “esa gente” se refiere a la población de la comunidad local que vive alrededor y cuyos habitantes son dimensionados como enemigos, seres terroríficos.

Sometidos por la paranoia y la idea de que aquello que se encuentra al exterior es peligroso, los adolescentes se transforman en víctimas endebles para que el profesorado culmine su obra de moldearlos con sus convicciones conservadoras y elitistas. Lo hacen también a costa de exponer a un chico para que sea abusado sexualmente, así como de menospreciar un homicidio.

El discurso y postura religiosos que asumen los maestros se asemeja al perfil que identificó a jerarcas de la Iglesia católica adeptos a la Teología de la Prosperidad, entiéndase esa vocación pastoral por llevar la palabra de Dios únicamente a los poderosos, a los adinerados. Entre sus representantes están Onésimo Cepeda, fallecido obispo de Ecatepec que presumía sus lujos y amistad con políticos de criticable accionar, y Norberto Rivera Carrera, arzobispo primado emérito de México. No volteaban a ver a la feligresía de escasos recursos, ni se acercaban a ella.

Por otra parte, Joaquín del Paso, tal como lo comentó en entrevista para Spoiler, recurrió a contenidos y textos ligados al Opus Dei y Legionarios de Cristo para contextualizar la manera en que se educa a este tipo de niños en algunos colegios privados que mantienen nexo profundo con el catolicismo radical ligado a la élite.

Con El hoyo en la cerca, el director y su reparto (los adolescentes no son actores profesionales pero logran transmitir lo que exigen sus personajes) nos aproximan a las conductas tribales de las clases altas y ponen sobre la mesa varios temas para la discusión respecto a otras realidades que se registran en México, un país donde no se necesita precisamente ver sangre para atemorizarse. Pieza fundamental para introducir y permitir al espectador irse a casa con reflexiones es la fotografía de Alfonso Herrera Salcedo, quien con la cámara construye un cuento perverso de muchos rostros que entre árboles, claridad y oscuridad, obliga a ser releído más de una vez.